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Opinión-Editorial

La dehesa somos nosotros

24 de Abril | 23:02
Redacción

Asegura Alberto Paredes, poeta y ensayista mexicano, que Gustave Flaubert nunca dijo ‘Madame Bovary c’est moi’. O, al menos, no está demostrado documentalmente que lo escribiese o lo dijera, a pesar de que Emma Rouault, más tarde Enma Bobary, el famoso personaje protagonista de la gran novela ‘Madame Bovary, mœurs de province’, ‘La Señora Bovary, costumbres de provincia’, fue gestada y alumbrada por el celebérrimo novelista francés.  

Flaubert (Normandía, 1821-1880) bien podría haber declarado por escrito ‘La Señora Bovary soy yo’, pues él la creo. Con todas sus virtudes y todos sus defectos, tanto humanos como literarios. Pero parece ser que nunca lo dijo.

Con mucho menos motivo se dice que, aunque Dios creó el mundo en siete días, a Holanda la hicieron los holandeses, que con los molinos de viento desecaron los polders, cuadriculados entre diques, para poder cultivar el fondo del mar y pintarlo de tulipanes.

¿Y qué podríamos decir los extremeños de la dehesa? ¿Quién creó la dehesa? ¿Quién le dio forma? ¿Quién la convirtió en un ecosistema capaz de alimentar tanto a las personas como al ganado y a la fauna? ¿Quién ha conseguido que una explotación agraria sea a la vez rentable y un paraíso de biodiversidad?

La gente de la dehesa, sin la menor duda. Los extremeños de la dehesa en Extremadura, los andaluces en Andalucía, los Portugueses en el sur de Portugal… Generaciones y generaciones y generaciones de personas empeñadas en la explotación respetuosa, lógica y sostenible de la naturaleza, del bosque mediterráneo.

Extremadura no podría existir sin la dehesa y la dehesa no existiría sin Extremadura. La dehesa, de encinas, de alcornoques, de robles y de arbustos de todo tipo es un signo extremeño de identidad, un hecho diferencial que distingue, pero no excluye. Todo lo contrario, aúna el interés de países y de regiones de la vieja Iberia en una misma meta: la dehesa del futuro, el futuro de la dehesa.

Si a los extremeños se les pregunta qué es una dehesa, seguramente pondrán cara de asombro, pues casi todo el mundo sabe lo que es un encinar, un alcornocal o un robledal. Y, sin embargo, no hay una definición exacta, precisa, redonda, ni legal ni lingüística, de lo que es la dehesa, a la que los portugueses llaman el montado.

Es una de las paradojas que se ha puesto de manifiesto en el II Congreso Ibérico de la Dehesa y el Montado que acaba de tener lugar en Badajoz.

Con un esfuerzo sostenido a lo largo de los siglos hemos creado y estamos manteniendo un paraíso y ni siquiera sabemos definirlo. ¿Cómo podremos defenderlo entonces? ¿Cómo vamos a convencer a los burócratas comunitarios de que la dehesa es mucho más que un bosque que da leña y carbón y cisco y picón, pues alimenta al cerdo ibérico, a la vaca, a las cabras verata, retinta extremeña, serpentina lusa y negra andaluza, entre otras muchas, a la oveja merina, al ciervo, al gamo, al jabalí, al gato montés y a especies tan de la Europa fría y burocratizada como son la paloma torcaz, la grulla y la oropéndola? ¿Cómo convencerles de que la dehesa extremeña produce tanta o más hierba que los terrenos desarbolados? ¿Qué hay que hacer para demostrarles que el ramón de las encinas alimenta tanto al vacuno como a los cérvidos cuando en el campo no hay cosa más apetecible para comer?

Tenemos una ardua tarea por delante. Estamos obligados a regenerar, a mejorar, a conservar y a seguir explotando la dehesa y a impedir que las ayudas -acopladas, desacopladas, los pagos directos, las primas a la vaca nodriza, los coeficientes admisibles de pastoreo...- y todo lo que, para bien y para mal, genera la burocracia comunitaria terminen desnaturalizando la dehesa hasta convertirla en un simple bosque maderero o en un pastizal centroeuropeos.

La señora dehesa somos nosotros porque la hemos hecho, porque nos da la vida y porque es nuestra seña de identidad. Debemos decirlo alto y claro. Puede que los holandeses le enmendasen la plana al mismísimo Dios creando Holanda, pero los extremeños completamos la obra del Creador haciendo la dehesa y no estamos dispuestos a que nadie la deshaga. Ni sin pagas ni con plagas.
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