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Opinión-Editorial

Por fin, el puente terminó

12 de Diciembre | 11:07
Por fin, el puente terminó
Sí, el puente terminó, o macropuente, gran puente, puentazo, acueducto, como deseen ustedes llamarle, el caso es que llegó a su fin. ¡Por fin! Ya podemos enfermar y no tener miedo a qué pasará. Cuando alguien lea esto dirá que soy una exagerada, para algunas cosas sí, lo reconozco, pero con la salud no se juega y aquí sí se ha estado jugando.  
 
Todos nos hemos hecho eco de la noticia sobre el cierre en el puente de diciembre de los hospitales, salvo urgencias (ya daré unas pinceladas), debido a la obligación de librar esos días sí o sí, vamos que no existía la remota posibilidad de cambiarlos, sustituirlos, trasladarlos, no.

El simple hecho de pensar que la sanidad se ha paralizado pone los pelos de punta, quien mire las listas que tenemos y vea las ya famosas fotos de salas de espera vacías y consultas sin paciente se echará las manos a la cabeza y se preguntará si estamos en la tesitura de plantear, solo plantear, tamaña barbaridad. Pues sí, no solo se ha planteado, sino que se ha ejecutado.

Bueno, pues ahora les voy a contar mi experiencia sanitaria “puentil”, porque sí, la hemos tenido, por desgracia para nosotros, va en formato resumido que para todo le dedicaré un especial más adelante cuanto podamos celebrar que hemos recuperado la salud.

Empiezo: desde el cinco de mayo en mi familia llevamos haciendo el trayecto casa -Perpetuo Socorro- Centro de Especialidades- casa así como… siendo sincera he perdido la cuenta, todo para que seis meses después hayan tenido que intervenir dos veces pasando de algo como “un grano de arroz” a “un grano de arroz agresivo”. Total, debido al puente la segunda operación se hace justo dos días antes de que empiece el jolgorio y la fiesta para muchos, el alta se da un día antes y para casa. La primera visita a urgencias del Perpetuo Socorro tiene lugar el viernes, comienzo de puente, desde las seis y media de la tarde hasta las once de la noche parecíamos una peonza. Se supone que el servicio de urgencias funcionaba plenamente, cosa que no pongo en  duda porque nos atendieron a todos y cada uno de los pacientes que tuvimos que acudir a él, pero ¿qué pasa con el trato de los que no tenían puente? Ahí está el kit de la cuestión; en la primera visita nos reciben tres R1-2 solos, sin la compañía de un experimentado médico que pudiera orientarlos en el diagnóstico y también enseñarles lo necesario; un enfermero fue el encargado de solucionarnos el problema, o eso creíamos. A las dos horas tuvimos que volver porque la paciente, mi madre, seguía igual. ¿Quién nos atendió? Un R algo más, no sé decirles qué nivel. Amparado tras su pantalla de ordenador nos miraba como si frente a él tuviera dos  alienígenas que habían dejado su platillo en los aparcamientos del hospital. Intentaba explicarme y seguía mirándome con cara extraña, le pregunté que si me estaba explicando y me dijo que sí, después le pregunté qué entonces qué y su respuesta fue: “pues yo no sé”. Imaginen nuestra cara. El enfermero que nos ayudó la primera vez entró de nuevo con los tres residentes, aquello era como el camarote de los Hermanos Marx, por lo visto la solución era acudir a la planta en la que había sido operada y que la enfermera que estuviera en ese momento lo solucionará, para que me entiendan, un drenaje obstruido en una parte del tubo por un coágulo que necesitaba ser limpiado o cambiada esa parte, por lo visto lo han hecho otras veces pero…sí, han dado en el clavo, esta vez no lo hicieron porque era puente y estaban justos. Solución, mandarnos al Infanta Cristina, vamos, pasarle la pelota a otro, así de sencillo. A todo esto la desesperación aumentaba por minutos y camino a las otras urgencias me iba encendiendo más y más y en vez de reñir acabé llorando de la impotencia. Allí nos atendieron rápido pero las buenas noches fueron: “no le han dicho que venga mañana, la cirujana tiene para seis horas y van a tener que esperar”. Respuesta: “la salud es más importante y si tenemos que esperar lo hacemos”. Gracias a la amabilidad y empatía de otra doctora esa noche pudimos dormir tranquilas, dentro de las circunstancias, nos ayudó y solucionó el problema, se paró a escucharnos, muy importante para saber por qué una va allí, que por gusto no era precisamente.
La mitad de la plantilla de “vacaciones”, “descanso”, la otra mitad con el yogurt cortado y mientras tanto los que los sufrimos somos nosotros, los pacientes para los que no es plato de gusto tener que pasearse de unas urgencias a otras cual pelota que va de portero en portero esperando que alguien meta el gol y cantemos victoria.

Señores políticos, autoridades pertinentes, está claro que mantener una sanidad como la nuestra no es un huevo que se fríe, pero lo que está también claro es que fritos estamos los pacientes por la ineptitud que demuestran con sus acciones, cansados nos encontramos de ser el arma arrojadiza fruto de la mala gestión o, vamos a dar el beneficio de la duda, de la falta de coordinación y previsión ante períodos como estos.

Y, por cierto, cuando uno acude al médico no va por echar el rato y verle la cara al de turno, va por una necesidad, practiquen la escucha, empatía, psicología, simpatía, amabilidad y educación; salgan de esa pantalla de ordenador, que teclear lo saben hacer de maravilla, no nos miren con cara de tontos, no nos traten como tontos, para ciertos diagnósticos no hace falta estudiar. Sean humanos porque los del otro lado lo somos y ya que nos ponemos a decir las verdades, ustedes están ahí trabajando.


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