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Opinión-Editorial

Hablemos de fútbol

6 de Junio | 09:49
Hablemos de fútbol
No me gusta el fútbol pero reconozco su valor terapéutico. El pasado sábado, los lugares por donde habitualmente hago un poco de ejercicio aparecieron casi vacíos, sin coches, pues sólo algunos y algunas como yo no debieron colocarse (a la hora prevista) delante del televisor, para ver uno de los partidos cruciales de la temporada.  

Al poco empecé a saber que ganaba el equipo patrio, porque me llegaron los gritos hasta allí. Un montón de voces fuertes y alegres que de tanto en tanto (y nunca mejor dicho lo del tanto) alzaban el tono con los goles del equipo de acá. Para cuando llegué a mi casa, el mundo se había vuelto maravilloso, el Real Madrid había ganado y España podía dormir tranquila. Somos los mejores. En fútbol, naturalmente. 

Pues vale. Esto va así. Existen otros deportes mucho más interesantes, a mi juicio, que este de mover con los pies un balón por un campo (a mí, por ejemplo, me gustan mucho el baloncesto y el rugby) pero ninguno como el fútbol para desatar tamañas pasiones de amor patrio solidario, producir tantas noticias y dar tanto dinero. Porque la publicidad es extraordinaria. Los futbolistas y entrenadores, también los presidentes de los clubes, tienen un halo incomparable, ejercen una atracción hacia el gran público que permite que sus acciones, por más que sean simplemente profesionales, se narren como grandes hazañas, vitoreados hasta el extremo los jugadores, sujetos preferidos de entrevistas, y audiencias con los representantes de las instituciones, pagados con cifras astronómicas y adorados por la mayoría de los niños de este país, a los que sus padres van enseñando poco a poco las virtudes de ser buenos hinchas, gritones y bullangueros

Reconozco que en este asunto, al principio, al igual que en otros, yo intentaba razonar con quienes creía podían entenderlo, pero ya he tirado la toalla. La influencia del juego es tal que hasta se justifica sin escandalizarse el que unos chavales porque jueguen en alguno de los equipos importantes, ganen mucho más, pero muchísimo más que los médicos, los investigadores, los economistas y los maestros. Sobre todo, que estos últimos. 

Y hasta se entiende perfectamente que no paguen al fisco y que compatibilicen los honorarios que les da el club con los ingresos que reciben por promocionar una marca (o dos, o tres) en su camiseta. O en las zapatillas. O... Algo que, evidentemente, no se hace con otros oficios. 

El otro día leíamos la lista que un grupo político extremeño ha elaborado sobre las mujeres que, a su entender, podrían ser aptas para recibir este año la Medalla de Extremadura, máximo galardón extremeño a los méritos de aquellos y aquellas que han trabajado por esta tierra. Imagino la cara de las enfermeras, empresarias, investigadoras, abogadas, escritoras, etc, etc, que día a día se esfuerzan por cumplir bien su trabajo aquí y ahora, enalteciendo esta región, cuando hayan repasado esa lista. 

Hemos caído en la trivialidad en todos sus matices y ello conduce, dentro de un orden de prioridades, a enaltecer lo fácil, lo llamativo y dejar a un lado demasiadas cosas importantes sólo porque son más complicadas de desentrañar y comprender. Y así no se avanza. No. Pero no se preocupen, este artículo también se lo llevará el viento. 

Carmen Heras



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