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Opinión-Editorial

Reformar la Constitución Española de 1978, sí, pero para pasar de ser una oclocraciaa una democracia liberal

18 de Octubre | 13:44
Reformar la Constitución Española de 1978, sí, pero para pasar de ser una oclocraciaa una democracia liberal
Decía un tal Quevedo, Don Francisco (1580-1645), que en una nación donde no existe justicia es muy peligroso tener razón, pues la mayoría de sus ciudadanos son estúpidos… y añado yo, “y los estúpidos pueden acabar eligiendo al presidente del gobierno”.

Hay un estudio sobre los tontos y la tontería, de Santo Tomás de Aquino, en el que, entre otras muchas cuestiones menciona que además de la parálisis, el estupor (de ahí la expresión “estúpido”) existe otro factor importante en la caracterización de la tontería: la falta de sensibilidad: y diferencia entre estulto y fatuo, dice que la estulticia comporta embotamiento del corazón y hace obtusa la inteligencia (“stultitia importat hebetudinem cordis et obtusionem sensuum”). Por el contrario, la fatuidad es la total ausencia de juicio (el estulto tiene juicio pero lo tiene embotado…). De ahí que la estulticia sea contraria a la sensibilidad de quien sabe: sabio (sapiens) se dice por saber (sabor): así como el gusto discierne los sabores el sabio discierne y saborea las cosas y sus causas: a lo obtuso se opone la sutileza y la perspicacia de quien sabe, de quien es capaz de saborear.

La metáfora del gusto, de la sensibilidad en el gusto como ejemplo, y referente, para quien sabe saborear la realidad encierra una de las principales tesis de Santo Tomás de Aquino sobre la tontería. Hasta tal punto que llega a considerar que, frente a la creencia general de que la felicidad está en la posesión de dinero y bienes materiales, como afirma la legión de estultos que, saben sólo de bienes corporales, que el dinero puede comprar; el juicio sobre el bien humano no lo debemos tomar de los estultos sino de los sabios, lo mismo que en cosas de sabor preguntamos a quienes tienen paladar sensible.

Prosigue Santo Tomás de Aquino afirmando que se trata siempre de una percepción de la realidad: lo que de hecho es amargo o dulce, parece amargo o dulce para quienes poseen una buena disposición de gusto, pero no para aquéllos que tienen el gusto deformado. Cada cual se deleita en lo que ama: a los que padecen de fiebre se les corrompe el gusto y no encuentran dulces cosas que en verdad lo son…

También es importante otra característica que nos señala Tomás de Aquino acerca del insipiente: creer que todos tienen -y son de- su condición.

Otra cuestión de la que nos advierte Tomás de Aquino es la de que entre las causas morales de la percepción de la realidad, destaca la buena voluntad que es como una luz, mientras la mala voluntad sumerge a uno en las tinieblas del prejuicio.

Por supuesto, en su análisis de los tontos y la tontería, Santo Tomás de Aquino nos habla de que hay grados de tontería y de tontos; igual que hay grados de inteligencia y de personas inteligentes.

Dirán que a cuento de qué hablar de la estupidez, nada más lejos de mis intenciones que hacer un “elogio-encomio a la estulticia” a la manera de Erasmo de Rotterdam; pues muy sencillo, todo ello es característico, definitorio de la triste, tristísima situación que actualmente sufre nuestra Patria, España, ese lugar de cuyo nombre muchos no quieren acordarse y evitan nombrarla, no sea que se enfaden quienes quieren romper España, y los llamen “fachas”.

La principal causa de la estúpida situación que nos aqueja, radica en la deserción de las mentes más privilegiadas de nuestra nación, como nos explicaba Joaquín Costa en su “Oligarquía y caciquismo como la actual forma de gobierno en España, urgencia y modo de cambiarla”: El régimen oligárquico-caciquil descrito por Joaquín Costa, referente a la España de hace más de un siglo, y que por desgracia en la actualidad sigue prácticamente intacto, posee una importante característica: un elitismo perverso que, impide “la circulación de las élites”, en el régimen caciquil los más capaces y los mejor preparados son apartados, “es la postergación sistemática, equivalente a eliminación de los elementos superiores de la sociedad, tan completa y absoluta, que la nación ni siquiera sabe que existen; es el gobierno y dirección de los mejores por los peores; violación torpe de la ley natural, que mantiene lejos de la cabeza, fuera de todo estado mayor, confundida y diluida en la masa del rebaño servil, “servum pecus”, la élite intelectual y moral del país, sin la cual los grupos humanos no progresan, sino que se estancan, cuando no retroceden.”

Pero para que triunfe la estupidez, para que triunfe el fracaso de la inteligencia, tanto individualmente como socialmente, para que España haya llegado a ser una meritocracia a la inversa, para que hayan triunfado “los peores” es imprescindible que esté presente el defecto, la ausencia, o inhibición de la presión por la excelencia.

Ninguna Nación medianamente sensata está constantemente poniendo a debate su forma de “jefatura de Estado”, o su forma de organización territorial, o las competencias de su Ejecutivo, o de su Legislativo, o de su Poder Judicial; tampoco hay ningún país de nuestro entorno cultural en el que se esté constantemente cuestionando su política exterior (en España cuando cambia el Gobierno los que hasta entonces eran aliados pasan a no serlo, y viceversa…) Tampoco en ningún país civilizado se está constantemente cambiando el sistema de sanidad pública, o el sistema público de enseñanza, y tantas y tantas cosas más que conducen a los ciudadanos a pensar que en España las reformas nunca se acaban, con el consiguiente desánimo que produce la constante transitoriedad en la que nos tienen instalados quienes nos “mal-gobiernan” desde hace cuatro décadas…

Cualquier sociedad que esté en sus cabales, cuyos miembros no estén embrutecidos o encanallados, procura evitar que la gente viva inmersa en continuos sobresaltos, busca la manera de que quienes la integran se sientan miembros de una sociedad estable, perdurable, próspera; y para que eso sea posible es imprescindible que existan “absolutos”, sí, asideros incuestionables.

Estoy hablando de la necesidad de “absolutos incuestionables”, porque si no es “así”, pues si estos asideros incuestionables no existiesen, estaríamos obligados a aceptar que la mayoría puede hacer lo que le dé la gana, y por lo tanto cualquier cosa que hace/decide la mayoría es buena porque “son la mayoría”, siendo pues éste el único criterio de lo bueno o lo malo, de lo correcto y de lo incorrecto.

Cuando una democracia liberal posee “absolutos incuestionables” solo permite que la soberanía de la mayoría se aplique exclusivamente, a detalles menores, como la selección de determinadas personas. Una democracia liberal con “absolutos incuestionables” nunca  consentirá que una mayoría tenga capacidad de decidir sobre los principios básicos sobre los que ya existe un consenso generalizado, ya que a nada conduce estar constantemente poniéndolos a debate y refrendo. En una sociedad abierta, de democracia liberal nunca se ha de permitir que una mayoría posea capacidad de solicitar, y menos de conseguir, que se infrinjan los derechos individuales o de alguna minoría.

Asistimos a un caos intelectual de tal magnitud (derivado de la estupidez de la que vengo hablando a lo largo del texto) que a menudo olvidamos que, el gobierno correcto es aquel que protege la libertad de los individuos. Y la única forma posible es reconociendo y protegiendo sus derechos a la vida, la libertad, la propiedad, y a la búsqueda de la felicidad (que no es lo mismo que “hacerlos felices”). Y como es lógico, debe identificar y castigar a aquellos que violan los derechos de sus ciudadanos, sean criminales nacionales o agresores extranjeros.

En estos momentos en los que el gobierno, con el apoyo de sus socios en el Parlamento, peca de inacción, de pasividad, e incluso habría que afirmar que está incurriendo en “delito de omisión del deber de perseguir delitos” (Código Penal Español, Artículo 408) al ofrecerle impunidad a Puigdemont, a la vez que diálogo para pactar, hemos de suponer que una “rendición honrosa” en la que el Presidente de Cataluña salve su prestigio… y todos contentos; se hace necesaria, imprescindible una profunda reforma de la Constitución Española de 1978.

 Esa reforma, al entender de muchos españoles, y especialmente de quienes formamos parte de VOX, debería abordar el desmantelamiento del llamado “estado de las autonomías”, la única forma de recuperar y preservar la tan cacareada Unidad de España, unidad que es sinónima de iguales derechos y obligaciones para todos los españoles, sin excepción, independientemente de donde nazcan o donde vivan.

Esa reforma de la Constitución Española de 1978, al entender de VOX, debería suponer necesariamente la recuperación del Estado Unitario, recuperar la Unidad de Mercado, crear una sola oficina de contratos y compras de bienes y servicios (eliminando las 17 de las 17 taifas regionales y limitando la capacidad de contratación y compra de los ayuntamientos y siempre bajo la supervisión de la oficina central) pues ese es el único camino que conduce a hincarle el diente al principal problema que ocupa y preocupa a los españoles: la corrupción, que no solo es material, o política, también ha derivado en corrupción moral y eso es lo más preocupante sin lugar a dudas. La recuperación de la Unidad de España exige también regenerar la Justicia, lo cual pasa porque se implante, también, una estricta separación de poderes y que todos los españoles, independientemente de su nacimiento, vecindad, sexo, u otra circunstancia personal volvamos a ser iguales en derechos y obligaciones, iguales ante la ley.

Por supuesto, estamos hablando también de mantener el tan nombrado artículo 135 tal cual fue aprobado  2 de septiembre de 2011 por el Congreso de los Diputados, denostado por la izquierda, que supuestamente se modificó para impedir que las administraciones gasten más de lo que recaudan, y no darles opción a seguir hipotecándonos y a hacer crecer la deuda pública…

Esa reforma de la Constitución Española de 1978, al entender de VOX, debería dar pie a una posterior reforma de la enseñanza, que entre otras cuestiones impida que se propague, como viene haciendose desde décadas, ignorancia, miedo, odio a España y a los españoles.

Esa reforma de la Constitución Española de 1978, al entender de VOX (y de muchísimos españoles) debería impedir que se crearan agrupaciones políticas cuyo objetivo sea destruir a España o desgajar a una de sus regiones, y por supuesto, debería abrir el camino a la ilegalización de los partidos políticos separatistas ya existentes en las diversas regiones de España.

A esa reforma de la Constitución Española de 1978, al entender de VOX, debería seguirle una reforma de la actual ley de partidos políticos, y también una nueva ley electoral que acabe con las perversidades de la actual, regida por la ley D`Hondt, y que implante un sistema de representación proporcional y que defina nuevas circunscripciones o distritos electorales, e incluya también segundas vueltas para evitar gobiernos en minorías, sea en los municipios o en el gobierno de la nación.

Esa reforma de la Constitución Española de 1978 debería suponer una profundización en la democracia liberal, con estricta separación de poderes, debería también traducirse en una profundización en la economía de mercado, de manera que rija el principio de mínima intervención estatal, sin olvidar que no son los gobiernos los que crean empleo, sino la iniciativa privada, son las empresas y sus empleados los que crean riqueza… los gobierno tienden a crear más impuestos, más burocracia, más gasto, más empobrecimiento de las clases medias.

Esa reforma de la Constitución Española de 1978 debería implicar igualmente, al entender de VOX, para que España sea una Nación Libre acabar con las múltiples formas de clientelismo, parasitismo, y etc. existentes en todos los ámbitos del régimen oligárquico caciquil, y darle prioridad a la capacidad y el mérito, frente a la mediocridad reinante; y por supuesto, acabar con los aforamientos y con las jugosas subvenciones que reciben los partidos, sindicatos y “oenegés” diversas procedentes del erario público, del dinero que sale de los bolsillos de los contribuyentes.

Esa reforma de la Constitución Española de 1978 debería no ser un nuevo brindis al sol, para contentar a las élites extractivas que viven a nuestra costa, no debería ser una claudicación ante quienes anteponen sus intereses de grupo (lobbies los llaman ahora) al interés de todos los españoles; esa reforma debiera evitar incurrir en los errores de quienes redactaron el texto que a punto está de cumplir la cuarentena, e impedir que sea un cajón de sastre en el que impere aquello que cantaba Roberto Carlos de “yo quiero tener un millón de amigos”, pues sería la manera de volver a suscitar odios, crispación, y todo lo no deseable que ahora estamos pagando debido a la ineptitud de quienes solo les faltó incluir en la Constitución que “los dragones existen”…

Carlos Aurelio Caldito Aunión.

Batalyaws-Badajoz, Taifa del Suroeste, junto a la “Raya”.



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