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Opinión-Editorial

La rémora

14 de Diciembre | 19:38
La rémora
Decía yo en un “tuit” el otro día, que por cierto tuvo muy poco éxito, que Cataluña y el País Vasco habían sido y son una rémora para el progreso del resto de España. Pero como uno es de ideas fijas y está firmemente seguro de que su afirmación es correcta y coherente con lo que está sucediendo en nuestro país, pues, me dispongo en esta parrafada a justificar mi aseveración.

Es a finales del siglo XIX cuando catalanes y vascos al rebufo de la revolución industrial comienzan sus escarceos con el nacionalismo y su consecuencia secesionista. Algunos me dirán que el caso catalán viene de más atrás cuando los Borbones después de la Guerra de Sucesión, que no de “secesión”, dejaron sin fueros a los que junto con otras regiones de España apoyaron al Archiduque Carlos de Austria. Pero no es así ya que, en aquel conflicto bélico, nunca estuvo Cataluña como un todo luchando contra el Borbón y ni siquiera fue en tierras catalanas el desenlace de esta contienda, pues fue en tierras manchegas, en Almansa concretamente, donde el nieto de Luis XIV acabó con las ínfulas del pretendiente austriaco. Hecho este breve inciso histórico, quiero insistir que toda esta cantinela separatista viene de finales del XIX por muy temprano que se levante Puigdemont.

Ante esa diatriba secesionista, los distintos gobiernos del estado en lugar de plantar cara a esa pandilla de iluminados, misóginos, racistas y culturalmente más bien pétreos, se dedicaron a reírles las gracias y a “premiar” sus ansias separatistas con prebendas de toda suerte y condición y así, la mayor parte de las inversiones públicas se hicieron en las Vascongadas y en Cataluña llegándose incluso a la desfachatez de que para proteger la industria textil catalana otras regiones de España, que también tenían industria textil, tuvieran que pagar aranceles para poder vender sus productos mientras los catalanes quedaban exentos. En 1787 Galicia tenía más población que Cataluña: 1,3 millones de gallegos frente a 802.000 catalanes. Su éxito se basaba en una agricultura autosuficiente, que recibió un empujón formidable con la perfecta y temprana aclimatación del maíz a los valles atlánticos. Pero había más. Una primaria industria popular, cuyo mejor ejemplo era el lino. ¿Por qué se hunde Galicia en el siglo XIX? Por decisiones políticas que apuestan por la industria del algodón catalana, arruinando la mayor empresa de Galicia, la del lino. Los nuevos focos industriales, establecidos en Cataluña, con su monopolio de la industria del algodón, y en el País Vasco, cuya siderurgia pasa a ser también protegida como empresa de interés nacional dejan al resto de España en barbecho industrial. El tan denostado franquismo también apostó por vascos y catalanes en detrimento del resto de españoles y así el INI (Instituto nacional de Industria), invirtió el 40% de su presupuesto en estas dos comunidades incluida la SEAT que iba en un primer momento a Castellón de la Plana y acabó por arte de birlibirloque en Martorell.

Con la democracia no han ido mejor las cosas, yo diría que han empeorado. Mientras los vascos chantajeaban al estado con tiros en la nuca y bombas lapa y hacían valer un sistema foral tan absurdo en los tiempos que corren como injusto e insolidario, los catalanes vendían al partido de turno la posibilidad de gobernar- gracias a una Ley Electoral hecha para mayor gloria del nacionalismo- a cambio de incrementos presupuestarios, de infraestructuras y de un autogobierno que les ponía en la senda del secesionismo. La brecha entre las comunidades ricas y pobres se ha hecho cada vez más grande y algunas como Extremadura están casi completamente subsidiadas con un capítulo de inversiones inexistente lo que la impide crear riqueza y empleo.

Pero lo realmente curioso de esta situación es que encima hemos estado aguantando que tanto catalanes como vascos nos hayan estado tratando de muertos de hambre y echándonos en cara que si comíamos era gracias a ellos. Y para colmo esos, a los que han despreciado llamándolos “maketos” o “charnegos”, se han convertido ahora en la vanguardia de la insolidaridad y el secesionismo y han renunciado a sus raíces avergonzándose, en algunos casos, hasta de su lugar de nacimiento.

Lo cuenten como lo cuenten y lo pinten como lo pinten, el País Vasco y Cataluña no han sido las locomotoras de la economía española que han tirado del resto de España como nos han querido hacer creer, han sido unos trincones aprovechados con el beneplácito de unos políticos acomplejados con menos turmas que los eunucos de “Las mil y una noches”. Siguen siendo una rémora para el crecimiento equitativo del resto del país y han condenado a algunas comunidades a la emigración y a la miseria. No puede haber convergencia si no se compensan las desigualdades históricas y para eso hay que modificar la Ley Electoral y devolver al estado competencias que nunca debería haber perdido como son: la educación, la sanidad y la policía. Hay que acabar con esta tiranía que vascos y catalanes están ejerciendo sobre el resto de España y a ese chantaje continuo de que, si no me das lo que te pido, te monto el numerito del independentismo. La unidad de España no puede estar condicionada ni por el terrorismo, ni por las bravatas de cuatro pelachufas a los que sólo les importa chupar del bote y vivir del cuento.

Por supuesto, no cometeré el error de meter en el mismo saco de la insolidaridad y el sectarismo a todos los catalanes y vascos, pero sí a sus dirigentes políticos que lejos de contribuir al desarrollo y bienestar de España se han dedicado durante más de un siglo a poner palos en las ruedas de la paz, la concordia y la igualdad entre todos los pueblos de esta gran nación que, mal que les pese, es España.

DB



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