Hay que reconocer que en esta España nuestra uno no tiene tiempo para aburrirse. El fuego amigo o enemigo, vayan ustedes a saber, se ha cargado a una de las políticas españolas que parecían tener más recorrido. Un vídeo inoportuno de hace más de siete años ha sido oportunísimo para dar la puntilla a la Sra. Cifuentes. El PP sigue dando días de gloria a los medios y carnaza al populismo patrio y así, hasta D. Pedro Sánchez no tiene muy claro que, este acoso y derribo a su eterno rival, no acabe también pasándole factura.
Otro asunto que se ventila estos días es la sentencia a esos malnacidos de “la manada” por las salvajadas y vejaciones que le hicieron a una pobre chica en los “sanfermines”. Miles de personas han mostrado en la vía publica su indignación por la controvertida sentencia y también, personajes públicos de toda suerte y condición han dado su opinión en los medios de una decisión judicial que no ha dejado contento a nadie. No seré yo el que tome partido en este asunto tan nauseabundo, en primer lugar, porque no soy jurista y, en segundo lugar y principalmente, porque no he estado en el juicio, no conozco las pruebas y ni siquiera me he leído los 300 folios que tiene la sentencia. Dicho esto, me gustaría recordar que muchos de estos personajes que se han rasgado las vestiduras por la sentencia de marras, aplaudían hasta con las orejas cuando el tribunal de Estrasburgo se cargaba la doctrina Parot y, amén de a terroristas, se ponía en la calle a violadores de alto estalding como: al “violador del ascensor” que asesinó a Leticia Lebrato y Marta Obregón después de violarlas y abusó de otra veintena de mujeres , al “violador del estilete” autor de 54 agresiones sexuales o al “violador del portal” autor de 74 violaciones. Todos ellos volvieron a reincidir y fueron detenidos después de que, gracias a un juez español, el tal López Guerra, y su cuchipanda de colegas, otras mujeres fueran agredidas y vejadas.
Curiosamente, entonces no salieron las feministas a la calle, no hicieron grandilocuentes intervenciones en los medios los politiquillos de tres al cuarto; como tampoco lo hicieron cuando la prisión permanente revisable fue liquidada por los “buenistas” que aludían que se iba en contra de la rehabilitación, y ahora se mesan los cabellos presos de indignación. Tenemos el código penal más permisivo de Europa, un sistema judicial excesivamente garantista y un pueblo soberano que sólo se moviliza a golpe de cadena televisiva o de red social sin importarle quién lo hace y para qué. Cualquier día de estos someteremos las sentencias judiciales a referéndum y en lugar de juicios con jurados los haremos por facebook y luego, en plan asambleario, todos a votar si eran galgos o podencos.
Siempre habrá desacuerdos con sentencias judiciales y tendrán más repercusión si son procesos tan mediáticos como el que nos ocupa, pero en un estado de derecho hay que respetar el poder judicial. He dicho en numerosas ocasiones que el gran problema de nuestro país es la justicia y no los políticos, pero eso ocurre porque la hemos politizado. Urge que se garantice su independencia, pero también que los que la ejerzan antepongan la aplicación de la ley a su ideología. Los jueces deben defender a las víctimas de sus verdugos y en ningún caso, como a veces ocurre, la aplicación absurda de algunas leyes debe permitir que los delincuentes salgan impunes de sus delitos mientras los damnificados quedan indefensos.
La justicia debe ser ciega, es decir, que los jueces deben limitarse a los hechos probados para dictar sentencia, pero no tuerta porque en ese caso, además de los hechos probados, la conveniencia o no del momento y su repercusión mediática seguramente distorsionará el veredicto y entonces convertiremos la justicia en injusticia.
DB
