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Opinión-Editorial

El qué dirán

25 de Febrero | 11:22
El qué dirán
La primera vez que fui a FIO, alguien reconvino a quien amablemente me había llevado en su coche, por haberlo hecho. Y dado que ese alguien no era conocido políticamente en ningún sitio, salvo por la familia a la hora de comer en su casa, mi primera reacción fue de sorpresa por la osadía y el sectarismo. Amen de otras cuestiones. Si hubiera sido conocido, el gesto también habría sido incorrecto, pero en este caso ocurría que luchaba por un reconocimiento personal en base a negarnos a unos e intentar torpedear a otros. Y por ahí sigue, en el servicio activo. 

Ayer mismo, en la mañana, por dos veces ha salido el asunto del “miedo al qué dirán” a colación. De manera implícita la primera vez, al hablarse de la posibilidad de compartir reflexiones ciudadanas en grupo. “Es difícil, (se me dijo), hay gente que pone veto a otra gente hasta para compartir un café”. La segunda, hablando en mitad de la calle con un convecino: “Fíjate, a lo mejor alguien me niega el saludo mañana, por vernos a ti y a mi hablando aquí”.¡Quien diría que estamos en el año 2019! (a mi, con estas cosas, hasta me cuesta trabajo recordarlo). Y me vino a la cabeza una entrevista a Paloma Llaneza, auditora de sistemas, en el diario.es en apariencia de contenido distinto a lo qué cito, pero muy relacionado...Verán ustedes: 

Habla sobre el manejo de datos que hacen las grandes compañías y cómo sobre información pequeña en apariencia es posible reconducir nuestras expectativas que vienen a ser las que ellas habían previsto. Hace tiempo que esto es así, leemos los libros que nos dicen son buenos, vemos las películas que otros premian, memorizamos canciones de artistas nominados números unos por supuestos expertos. Mientras el mundo no estaba tan digitalizado la influencia era importante pero limitada a un determinado número de personas, pero con la difusion amplia de lo tecnológico su presencia en nuestras vidas se ha hecho constante, por lo que sí a ello unimos la falta de criterio propio (cuyo reflejo es ese estar pendiente del qué dirán) el círculo se cierra, pues prácticamente nadie osará ir en contra de lo comúnmente establecido como válido. 

Se ve en las entrevistas, tan políticamente correctas según el entrevistador o el medio quiera. Tanto que el propio entrevistado se las ve y se las desea para que no adulteren lo que él dice e impongan (por modas o conveniencia) un mensaje distinto al suyo propio.

Existe un desprecio tan absoluto del valor personal de cada quien, que lo anterior puede pasarle a cualquiera y cualquiera puede aceptar ciertas rendiciones para hacerse un hueco en una audiencia si ello le diera votos para acceder a un puesto político y económicamente bien retribuido. Por eso hay tanta contaminación enfrente de lo profesional, por eso se anuncian libros con las mismas tácticas que los detergentes, por eso cualquier oficio está mal pagado, por haberse llegado a defender que cualquiera tiene derecho y puede hacerlo. 

El “qué dirán” funciona en sociedades pacatas para mantener un ambiente falso de convivencia, donde nada desentone sobre lo pacatamente establecido. La escasa claridad viene a ser la misma para todos y así los más potentes en recursos (de cualquier signo) siguen siendo lo que ellos creen que son y no se producen desequilibrios preocupantes para sus intereses. A mi de todo esto lo que me sorprende es que el resto no luche por “romper las cadenas”, sino que por el contrario se alineen con quienes torpedean cualquier evolución que pudiera beneficiarles. Pareciera que “el qué dirán” está perfectamente tatuado en sus carnes. Por nacimiento. 

Carmen Heras



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