Tengo para mi, como un intento de explicarme acciones y asuntos desbordados, que las personas tienen sus propias lógicas de actuación, regidas por unos pensamientos muy concretos. De la solidez y justificación de éstos últimos, en los contextos donde se aplican, derivan sin duda unos modelos de conductas. Muy diversas. Así, en relativo. Como todo en nuestro tiempo.
Sucede que cuando los roles y determinismos sociales eran estrictos (“esto está bien”; “esto no”) la sencillez del análisis era clara. Otra cuestión distinta sería los llamados “demonios interiores” de cada uno, su equilibrio emocional, etc. La historia prueba que ha habido de todo, gente adaptada al medio y a lo considerado socialmente correcto, y gente que nunca lo hizo. Y existen grandes biografías, recuperadas y ensalzadas mucho más tarde de cuando los hechos pasaron, solamente por mor y gracia de que “lo bueno” y “lo malo” de ellas se enjuicia con criterios actuales, bastante distintos a los de su propia época. Lo cual no deja de ser parcial también, sin duda.
Creo honestamente que las lógicas particulares debieran estar recogidas, inmersas o supervisadas (de alguna forma) por una lógica ética general. Algo así como una especie de paraguas gigante que sirviera de protección de todas las lluvias del mundo. Leía yo días pasados un artículo de P.J.Ramirez en el que, al compás de una entrevista hecha a Rivera, el líder de Ciudadanos, el periodista rememoraba La Iliada y varios episodios de la guerra de Troya, concretamente los referidos a la “cólera de Aquiles”, que comienza cuando Agamenón, jefe de los griegos, en un ejercicio de abuso de poder y en contra de los intereses generales de quienes defiende, le “roba” a Aquiles una concubina.
La reacción de Aquiles es fulminante. Su “cólera” es interpretada por los estudiosos de los clásicos como el ejemplo de una reacción universal contra aquellas conductas violadoras de las reglas básicas de la sociedad humana, en lo particular primero, pero también como una general necesidad de rebelarse contra la injusticia escrita en palabras mayores.
La mayor o menor estructuración de las sociedades nos colocan a las personas en lugares compartimentados con objetivos e intereses específicos. Sería absurdo negarlo. De seguir cualquiera de nosotros solamente los dictados de los grupos a los que, de una forma más o menos activa, pertenecemos, la realidad se comportaría radicalizada y egoísta en grados alarmantes. Algo que por otra parte ya está ocurriendo. Y ejemplos existen a montones.
Cuando esto sucede, resulta obligado buscar, reencontrar o “poner en valor” aquellas pautas deontológicas generales de convivencia y respeto que ayudan al género humano a llevar comportamientos y existencias dignas de su condición. Por encima de las reglas más particulares y circunscritas a entornos muy concretos. ¿O no, amigos?
Carmen Heras
