Supongo que por deformación profesional y por el propio carácter, tiendo a buscar la generalidad en el devenir de las cosas y sucesos, el patrón que permita explicarlos, la jerarquía y la estructura. La causa general que englobe a la minúscula y particular. He funcionado así desde que tengo uso de razón. Busqué el apoyo de los que buscaban, en un momento determinado lo mismo que yo.
Ver nacer la Universidad de Extremadura fue un sueño, en cierto modo comparable al de poder acceder a la institución universitaria al comenzar mis estudios con 17 años en Salamanca. Cuando la extremeña dio sus primeros pasos yo estaba allí. He tenido la suerte de ser testigo muchas veces de lo qué logra la inteligencia de los humanos cuando se la dirige hacia causas positivas, por eso creo tanto en ella.
El inicio de la Universidad extremeña fue algo luminoso, a pesar de los problemas y desajustes que el camino tuvo y que son ampliamente conocidos. Algunas veces me detengo con mis alumnos actuales a rememorar algunos de los hechos que a ellos se les antojan prehistóricos y me doy cuenta de que no captan la importancia de lo conseguido hasta llegar a donde estamos: campus universitario prácticamente al salir de casa, matrículas asequibles (en general) por las becas y sus plazos, profesores formados e instalaciones adecuadas. Nada que ver esta universidad con la que yo tuve, universidad de grandes profesionales, pero vetusta e inhóspita en edificios y métodos, y de la que sin embargo no tengo mal recuerdo, pues me permitió aprender muchas cosas y trabajar en la auto instrucción.
La Universidad de Extremadura, como todas, arrancó con una gran loa a la autonomía universitaria en relación a su ordenamiento y posibles títulos a impartir. Era lo suyo, entonces, allá por 1974 y cursos posteriores. Hoy, sin embargo, parece demandar mayores cuotas u obligaciones de los poderes públicos que contribuyan al buen desarrollo anual de la misma. Hoy, pide una mayor implicación de la Administración autonómica para con ella, en los presupuestos generales, y considera que sus funcionarios lo son, por elevación, de la Junta, al ser la universidad perteneciente a ella.
Más allá de los recursos económicos, suficientes o no según quien sea la parte que los analice, en España las universidades debieran hacer una reflexión general sobre su papel dentro de la sociedad española, por la vía del estudio de su contribución a ella. Las excelencias (vendidas a bombo y platillo como tales) de algunas directrices internacionales están ampliamente desacreditadas ante la opinión mayoritaria, dada la vía práctica de los hechos. Y actualmente en algunas de las carreras se ha conseguido perder de vista el objetivo fundamental de las mismas, entrando en un universo de fines distintos, lo mismo los alumnos que el profesorado. Como con cualquier producto, la vida media del “artículo” está ampliamente sobrepasada y es hora ya de cambiarlo por otro más actual y más útil en las circunstancias presentes. Urge una sagaz reflexión colectiva.
Carmen Heras
