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Opinión-Editorial

España, un país de transiciones

31 de Mayo | 01:36
Redacción

La situación política por la que atraviesa España tiene algunas semejanzas, lejanas, desde luego, pero patentes, con lo que fue la Transición desde la Dictadura a la Democracia.

Por ejemplo, se ha producido un relevo en la Jefatura del Estado. Hay una gran efervescencia política; surgen nuevos partidos como si fuesen setas. Y no brotan en torno a una ideología, sino a una idea, una aspiración, una ciudad, un cabreo, una persona… El pueblo, que es soberano, se ha encargado de volver a poner a cada uno en su sitio.

La izquierda vuelve a dar miedo y el centro se presenta como una tabla de salvación.

La derecha se ve obligada a reinventarse, a desprenderse de los muchos lastres que ha acumulado en cuarenta años (1975-2015) de trayectoria democrática.

La izquierda se radicaliza y la coleta de Pablo Iglesias, sumo sacerdote de Podemos, supera en popularidad a la peluca de Santiago Carrillo, el demonio tanto para el PSOE como para el franquismo.

Sin Carrillo, sin el Partido Comunista, ni la Transición ni la Democracia hubieran sido posibles, pero aún es pronto para saber si la Democracia continuará siendo posible con Iglesias. No todos los días nacen políticos con sentido del Estado. Al menos en este país.

El Partido Comunista de España, el Partido por antonomasia, la casa cuna de los antifranquistas, ya ha pasado a la historia y, salvo que el puntillero la ponga en pie, Izquierda Unida, su recental, está a punto de pasar también.

Está muy claro que el PSOE no tiene un Felipe González, que el PP carece de un Manuel Fraga y que en la Iglesia no hay un monseñor Tarancón, arzobispo de Madrid, pero el centro político ha encontrado a su Adolfo Suárez.

Se llama Albert Rivera y parece tener más sentido del Estado que la mayor parte de sus compañeros de generación. Como ocurrió con el fundador de la Unión de Centro Democrático, ha surgido en un lugar nada propenso a criar este tipo de políticos. Si Suárez, el presidente que gerenció la transición a la democracia, provenía del Movimiento, de la sala de máquinas del Franquismo, Rivera, el aspirante que pretende darle un barniz de uniformidad española a la variopinta España de las autonomías, proviene de la Cataluña independentista.

Tiene mucho mérito lo de Albert Rivera, pero todavía no ha hecho nada verdaderamente original. Por ahora se limita a copiar y, como suele ocurrir en estos casos, calca los errores.

¡Bienaveturados sean mis imitadores, porque de ellos serán mis defectos! Ciudadanos, la marca de Rivera, es un partido de aluvión, como lo fue la UCD de Suárez. Como ocurrió con la UCD, Ciudadanos no se levanta sobre la base de una ideología, sino en torno al carisma de un líder. Tanto UCD como Ciudadanos son bienes de consumo rápido, fórmulas diseñadas para el presente, no para el futuro.

Suárez enamoraba a las señoras y Albert Rivera conquista hasta a las abuelas que lo ven “muy limpito”. Tan pulcro que hasta podría anunciar productos de higiene íntima. De hecho, ya se ha fotografiado desnudo, algo inevitable en este tipo de anuncios.

UCD se llenó de personas que anhelaban llegar al poder por la vía rápida y en Ciudadanos pasa tres cuartos de lo mismo. Con el agravante de que en Ciudadanos hay mucho resabio y no poco desecho de tienta. Algunas de las personas que se han subido al carro de Albert Rivera no superarían un examen de idoneidad, por mínimo que fuese. Pero ahí están, protagonizando su instante de gloria y dispuestas a recoger los beneficios que la democracia tenga a bien concederles. Gracias a Albert Rivera, en el centro político es tiempo de vino y rosas.

Rosa Díez (UPyD) no viene. Se va. En UPyD parece que no hay unión, que sin unión no habrá progreso y que todo se debe a que tampoco hay democracia. Adolfo Suárez tuvo en una mujer apellidada Díez, Carmen Díez de Rivera, a su gran apoyo político en la soledad de La Moncloa. La Rosa Díez de UPyD podría haber sido el complemento ideal para Albert Rivera. Pero no ha querido. Le ha faltado sentido de la oportunidad. No ha sabido interpretar la coyuntura política.

Y si estas son, a muy grandes rasgos, algunas de las similitudes que hay entre la situación política actual y lo que fue la Transición, es indudable que también hay enormes diferencias. Sólo han pasado 40 años de calendario, pero esta España está a años luz que aquella otra. En buena parte, gracias a la Unión Europea, a la que nunca se le agradecerá bastante el haber incorporado a los españoles al destino común del continente.

Lamentablemente, en algunos aspectos se ha retrocedido. Por ejemplo, la España de la Transición tenía muy claro lo que quería y como lo quería. Había muchas necesidades, pero estaban priorizadas. De la España actual no se puede decir lo mismo. Los anhelos de la sociedad se han atomizado.

Seguramente se debe a que aquella España estaba repleta de grandes políticos y la España actual está necesitada de políticos grandes.
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