Soñaba José Saramago en “La balsa de piedra” con la aparición de una línea, apenas visible, que recorría los Pirineos de lado a lado, una línea que se convierte en fractura, una fractura que se amplía poco a poco, metro a metro, hacia abajo, hasta que la Península Ibérica, desgajada del continente europeo, queda a la deriva en el Océano Atlántico - una balsa de piedra - navegando al encuentro, españoles y lusos unidos inevitablemente ante la inmensidad de las aguas, de nuestros hermanos de América Latina y el Brasil.
Soñaba José Saramago con una Iberia que mirase a América y no tanto a Europa. Allí está nuestro pasado y nuestro futuro. Iberista convencido, yo también, quisiéramos esa Península unida.
Quién podía imaginar que la fractura – política y social – que hoy se ahonda es la que amenaza con separar Cataluña del resto de los españoles. Y día a día, paso a paso, ese abismo crece. Hay culpables en Barcelona, sí; pero también en Madrid.
Este lunes el Parlament de Catalunya ha aprobado una Resolución de “Desconexión” con España. Término – terminal – que inevitablemente asociamos con un apagón, con un dejar de existir, un ya no hay más. Se acabó. Antes de este lunes el Presidente del Gobierno se ha reunido con todos los líderes políticos salvo con quienes promueven la desconexión. Una vez más la torpeza, cuando no la incapacidad. El diálogo se da entre quienes mantienen posiciones distantes, no entre quienes comparten los mismos diagnósticos. Si solo hablan quienes piensan igual únicamente se generan ecos. Catalanes y el resto de España nos tenemos que escuchar, los unos a los otros.
Las apelaciones a los arcanos tribales suenan en los discursos de Madrid y Barcelona. No necesitamos más razón nacionalista, ese no es el camino. Un 47% quiere irse de este país y tenemos que preguntarnos por qué. Y un 52% quiere permanecer y las autoridades catalanas deben preguntarse si están dispuestas a construir una República – por legítima que sea la opción – contra la mayoría.
Y mientras, día a día, el abismo de incomprensiones mutuas crece al tiempo que los problemas de las gentes, sus carestías reales, desaparecen del discurso político. Al final Marx – Groucho – va a tener razón y la política consiste en el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.