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PSICOLOGEANDO

Las collejas de Rajoy

20 de Diciembre | 23:20
Las collejas de Rajoy
Nuestro Presidente le arreó dos collejas a su hijo mientras ponía cara de sorpresa en un programa de radio. El niño soltó una gracia y criticó las voces de los locutores de radio que salen en un videojuego. Su padre aflojó la mano con una risa nerviosa mientras era grabado por las cámaras. Llamó más la atención en ese momento la cara de Rajoy que las collejas.

Y es que España sigue siendo un país de collejas. Hace unos días discutí con unos amigos que siguen pensando que un cachete en el culo de vez en cuando viene bien para la educación. Un cachete, eso sí, como las collejas del presidente, suave, sin hacer daño, sin mala intención. A favor se esgrimen argumentos del tipo a mí mi padre me miraba y no hacía falta ni que me levantara la mano, antes había más respeto, hace falta un poco de disciplina, o los niños de hoy están demasiado consentidos.

Me gustaría saber si el muchacho que le ha arreado un puñetazo a Rajoy ha sido agredido alguna vez por su padre, pero apuesto a que sí. Y seguramente ese padre habrá argumentado alguna vez eso de un cachete de vez en cuando no hace daño. Pues resulta que sí, que hace daño. Resulta que, para empezar, el mensaje contundente a tu hijo es que se puede pegar. Que una torta es una cosa normal, un arma que se utiliza cuando tienes que castigar a alguien, advertirlo o llamarle la atención sobre algo que está haciendo mal. Y eso es lo que pensó el muchacho. Porque suele pasar que la collejas son más habituales en las familias más rígidas y autoritarias, y los padres suelen quejarse de que no les funcionan. A pesar de eso, seguirán intentándolo, puede que cada vez con más ahínco. Y seguirán fracasando. Es la misma dinámica que se ha establecido en algunos países con la pena de muerte. Razonando que un mayor castigo evita determinadas conductas, se aumentan las penas mientras se observa como aumentan los delitos. Si la pena de muerte funcionara sólo habría que aplicarla una vez. Y sin embargo los medios de comunicación inciden en el castigo del muchacho, en las posibles consecuencias, en lugar de prestarle atención a la causa. Y hay quién pide un aumento de las penas para los menores, como si ésa fuera la solución. Llenemos el país de centros de menores y encerrémoslos a todos.

Psicólogos, pedagogos, profesores, la comunidad educativa en general está cada vez más convencida de que el castigo no funciona. Ya ni siquiera hablamos de castigos físicos, sino del castigo en general. Ahora sabemos que es la relación entre los padres y los hijos, o entre educadores y alumnos, la que hace que se consigan los objetivos, que te obedezcan, que aprendan, que hagan las cosas bien. Y esa relación será más eficaz cuanto más apego emocional haya. Y para eso tiene que haber cariño, respeto, sonrisas, admiración, emociones positivas que unan esos lazos. Podemos resumirlo diciendo que si tienes una relación cariñosa con tu hijo te obedecerá mucho más que si tienes una relación autoritaria llena de castigos. Lo que funciona es lo contrario al castigo.

Esa es la parte práctica del tema. Pero también está la parte ética. No está bien pegar a los niños, ni siquiera una sencilla colleja. Están más indefensos que nosotros, son más pequeños, y la mayoría de sus errores los cometen porque están aprendiendo. Ni siquiera está bien pegarle a los mayores, para eso nos hemos organizado de otra manera, y hemos establecido un sistema de leyes con sanciones de todo tipo. Es la civilización. Entonces ¿cómo va a estar bien que lo hagamos con niños? Si vas en el coche con tu hijo y otro conductor despistado te da un golpe ¿te bajas y le arreas una torta? Si no lo haces tu hijo pensará que tratas mejor a los desconocidos que a él. La mayoría de la gente, aunque muestre su enfado, arreglará la situación de manera civilizada, llamando a la compañía de seguros o a la policía. Y eso es un buen mensaje para el niño que sigue en el coche esperando y asustado. Pues en casa debemos hacer lo mismo. Aunque lamentablemente, sigue habiendo collejas en las casas, y en algunos accidentes de tráfico se sigue llegando a las manos.

Una colleja es un fracaso educativo, un acto de frustración. Quién la da debe pensar que ha fracasado y que tiene que hacer las cosas de otra manera. Y si no puede que pida ayuda a los profesionales. Pero la colleja ni funciona ni está bien. Y esto lo aprendió ya el colectivo de los profesionales de la educación hace tiempo. Colectivo en el que solemos depositar demasiada responsabilidad. Porque muchos padres esperan que los profesores den las collejas correspondientes.

En estos días de río revuelto político hemos escuchado mucho hablar de un pacto nacional por la educación, como si educar a nuestros hijos dependiera de la voluntad política. Demasiada confianza en los partidos, diría yo. Se nos olvida además que las competencias son autonómicas, al menos en parte. Además el gobierno encargó al prestigioso Marina un Libro Blanco sobre la Función Docente, que a mi juicio va a servir para poco. Porque aunque algunas propuestas sean razonables, como mejorar la formación y preparación del profesorado, el mensaje claro y contundente es que le educación mejorará cuando mejore el profesorado. Ellos son los culpables. El maestro está poco preparado pero yo, que soy el Presidente, le doy dos collejas a mi hijo. Y punto.

Afortunadamente hay cada vez más padres y madres motivados con la educación de sus hijos, hay escuelas de padres, hay libros y manuales, hay cursos y talleres, hay más información y hay profesionales de todo tipo trabajando estos temas. Algo que hace unos años era impensable. Tenemos más herramientas educativas que antes, por eso la educación es mejor que antes. Sí, he dicho mejor, porque suele pasar que quienes todavía dan collejas piensan que la educación es mala, atribuyendo al sistema la responsabilidad de que su hijo se comporte mal. Pero de las bondades de nuestra educación hablaré otro día, a la espera de saber quién nos va a gobernar los próximos años.

Ahora solo me queda un pequeño aplauso por tantos profesionales de la educación que hacen muy bien su trabajo y se rompen el lomo intentando mejorar la educación a pesar de recortes y situaciones adversas de todo tipo (y no dan collejas). Y a favor de padres y madres que educan a sus hijos en un ambiente familiar cariñoso y afectivo, contribuyendo a mejorar la sociedad futura. Gracias, pero no es suficiente, porque mientras haya collejas sueltas, habrá cafres dando puñetazos.



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