Hace unos días, me sorprendió un anuncio luminoso con una sola palabra: DESIGUAL.
Era en Barcelona, e instintivamente lo vi como una provocación y lo asocié al nacionalismo, que rechaza la igualdad como el demonio la cruz. Se trataba de modas. Todas quieren vestidos únicos y distintos. Comprendí la diversidad de planos.
Efectivamente, se trataba de “estética”, no de “ética”, aunque muchas veces se confunden los planos. En la ética social, se trata de la justicia, de la igualdad para todos. No es que se pretenda igualarnos a todos, hasta el punto de no diferenciarse. La igualdad de hecho, no es posible. La que se reclama y exige, es la igualdad de derechos y oportunidades, aunque cada persona sea diferente y única.
La exigencia de la igualdad de derechos, se basa en el reconocimiento del valor de cada persona como la base para formar una sociedad humana y humanizadora. Son estos valores los que permiten una convivencia pacífica, y su desarrollo integral como personas, por encima de ideas, creencias, género o color de la piel.
Desde la Revolución Francesa, “la Igualdad, la Libertad y la Fraternidad”, vienen como exigencias de desarrollo y de la justicia social, que tienen su cuna en el cristianismo.
Este proceso de la justicia social, encuentra su fracaso en el muro de las dictaduras y en las guerras, en las que los valores y derechos quedan suprimidos. La igualdad supone el reconocimiento del otro como persona, con los mismos derechos y como una meta social de todos los humanos.
Lo que no puede considerarse como meta social, es la DESIGUALDAD, porque eso sería invitar al egoísmo más radical y al desprecio del otro, que llevaría a la lucha de todos contra todos. Lo que puede valer en la “Estética”, no siempre vale en la “Ética”. La persona está por encima de cualquier otro valor.