A veces, el dialogo se considera por algunos, como una meta en sí misma, como si con él se pudiera hacer lo blanco, negro, reblandeciendo el cerebro del contrario. El dialogo parece fundamental en democracia, para solucionar los problemas de forma racional. Pero, a veces, lo han convertido en otra cosa, y de dialogo no queda más que el nombre.
En su propia identidad, el dialogo es un hallazgo formidable, porque se trataría de llegar a un acuerdo entre las partes que, honradamente, buscan un objetivo común. El problema, es que el dialogo político, se está convirtiendo en monólogos sucesivos. No se trata de conseguir un objetivo común, sino de imponer las propias convicciones e intereses. “Vale” cualquier argumento que sirva para ganar, aunque sea con trampas y simulaciones. Cuando el objetivo no es la verdad, sino imponerla, el dialogo se convierte en pelea dialéctica, para defender los propios intereses. La dialéctica no usa las reglas de la lógica, es una simulación argumental, sin el rigor de la lógica y con falacias camufladas.
Los abogados “defensores” y los “acusadores”, son un claro ejemplo de lo que no es el dialogo. Esto no significa que no tengan su razón de ser, importante en un juicio; pero eso no es el dialogo. En el juicio, se trata de convencer al otro de la “propia” verdad. El objetivo es la defensa de la persona imputada, con los argumentos y medios posibles.
El dialogo entre investigadores, sin adherencias personales, tiene como meta descubrir la realidad oculta, y se acepta el resultado, independientemente de quien la descubra.
La dialéctica no es la lógica, sino un sucedáneo, una pseudo lógica, cuyo objetivo no es la coherencia, sino el vencer al otro, “con-vencer”. Por eso, a veces, los llamados “diálogos”, parecen más una pelea con “las armas”, encima de la mesa, que un dialogo para conseguir acuerdos razonables entre las partes.
Un experto en política y comunicación, aconsejaba a su cliente que no escuchara lo que dijera el rival político, sino que repitiera sus propios argumentos, sin escuchar para nada al contrario. El “diálogo” se convierte así en táctica para ganar, utilizando pseudo argumentos e incluso, no confrontar las ideas e ignorar las del contrario, de forma intencionada.
El dialogo autentico puede ser útil para llegar a acuerdos. El “combate” dialéctico es otra cosa, y tiende más a la divergencia que a la confluencia. Ahora parece que el acuerdo para formar Gobierno le interesa a todos los españoles, más que las tácticas partidistas. Los partidos sólo tienen sentido para buscar el bien común, y lo estamos necesitando.