Se cumplen 80 años del intento del golpe de estado de unos cuantos generales contra el gobierno democrático de la República. Esa noche, los llamados generales africanos, con Franco, Sanjurjo, Yagüe y Mola a la cabeza, movilizaron a sus tropas y pretendieron derribar las instituciones españolas, imponiendo una Junta Militar y sustituyendo al Presidente Manuel Azaña, a los ministros y al Parlamento.
El fracaso de la intentona – no lograron su objetivo en Madrid y una parte del ejército se mantuvo leal a la República - degeneró en una guerra civil; cuatro largos años donde España quedó arrasada y que culminaron, con la ayuda de los tanques, aviones y soldados de Mussolini y Hitler y ante el silencio y la apatía de las democracias occidentales, con la victoria de los rebeldes y la imposición de un largo, interminable y oscuro período de represión bajo la férrea y sanguinaria mano del Generalísimo, Francisco Franco.
Tuvimos que esperar 40 años a que el Dictador muriera en el Pardo, poco después de firmar sus últimas sentencias de muerte, para recuperar derechos, libertades y volver a poner el reloj de la historia en marcha. 40 años de retraso. 40 años donde el dogma y la inquisición volvieron a campear. 40 años que vieron como nuestros mejores poetas, científicos e investigadores creaban en el exilio. La España de cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y María, en palabras del poeta – muerto en Francia – Antonio Machado.
Alberti, León Felipe, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y tantos otros que también optaron por el exilio... Y tuvieron suerte. Federico García Lorca corrió el destino de los fusilados, sus huesos enterrados en una cuneta, como miles de republicanos. Dicen que intentar recuperarlos, darles una sepultura digna y permitir a sus familiares rendir homenaje a sus abuelos, padres, tíos o hermanos es un acto de revanchismo, es reabrir las heridas...
España es, tras Camboya, el país con mayor número de desaparecidos cuyos restos no han sido recuperados. 80 años después, 40 tras la instauración de un régimen parlamentario, esta herida sigue supurando. No, no podemos reabrir una herida que en verdad jamás ha sido cerrada. Mientras no se les de una tumba digna, esa llaga en carne viva en nuestra memoria seguirá ahí.
Se cumplen, pues, ochenta años del alzamiento militar contra una Democracia. Porque la República fue, no lo olviden, la primera vez en la Historia de España donde podemos hablar de Democracia plena: es entonces cuando el sufragio universal, sin distinción ni de renta ni de género, se implanta. Es en la II República cuando las mujeres pueden ser elegidas y electores.
La II República quiso un Estado laico, garantizar unos derechos y deberes y en el plano de la diplomacia internacional apostó por la paz y el diálogo en unos tiempos convulsos.
Fue una República con errores, sí. Pero fue una República que quiso construir una España plural, culta, avanzada. Una República de profesores y poetas que terminó ensangrentada por la acción de unos generales felones: no cabe otro adjetivo, pues felón es aquel que incumple su juramento y Franco, Yagüe, Mola y Sanjurjo habían jurado su lealtad a las instituciones y gobierno democrático y al pueblo.
En 1939 los rebeldes juzgaron por rebeldía a todos aquellos que se habían mantenido leales al Parlamento y al Gobierno legítimo. Reescribieron la historia, vilipendiaron a los protagonistas de la República e impusieron dolor, silencio y oprobio.
Ochenta años de una guerra civil que tiene algunos momentos heroicos y demasiada tragedia. Que nunca más vuelva a pasar.