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Opinión-Editorial

Defensa y contradefensa de Trump

11 de Noviembre | 12:18
Defensa y contradefensa de Trump
Llevo dos días leyendo artículos pseudo apocalípticos sobre el triunfo de Donald Trump. La mayoría son superfluos y se limitan a hacer una caricatura del personaje, de sus electores y del contexto político. No es que yo quiera defender, ni mucho menos, todo lo que representa Trump, pero me molesta ver como se hace pasar por información u opinión una simple lista de tópicos tipo “estamos en manos de un loco”, “la guerra estallará en breve”, “el mundo no volverá a ser lo que era...”. ¿Cuántas veces no habremos escuchado esta misma sarta de insensateces? Miles. A veces parece que vivimos de esa efímera ración de emociones que nos brindan los medios vendiéndonos (uno o dos cada mes) acontecimientos que, presuntamente, cambiarán el rumbo de la historia.

Pues siento ser aguafiestas, pero no creo que Trump vaya a empezar ninguna guerra mañana ni que sea ningún perturbado mental. Si necesitan tranquilizarse al respecto abran las páginas de economía y vean las cotizaciones bursátiles al alza. Fíjense, también, en las primeras intervenciones públicas. Han sido las típicas de un presidente electo, sin estridencias ni golpes de efecto. Recuerden que las payasadas o las declaraciones extravagantes son casi la única estrategia electoral para todo aspirante al poder que no pertenezca al establishment. Si no tienes el apoyo de las élites políticas, económicas y (por tanto) mediáticas, solo hay un apoyo posible, el de la gente común, y solo un camino posible para lograr ese apoyo: el del show business y los medios sensacionalistas. Pasadas las elecciones, y en tanto no haya demasiados problemas o bajen los índices de popularidad, verán como Trump hace menos el payaso y dice menos sandeces.

Tampoco creo que Trump sea un racista, misógino u homófobo especialmente recalcitrante. O, al menos, no creo que lo sea mucho más (ni menos) que los millones de personas que lo han votado. Curiosamente, y más allá de la intención de los medios de explotar hasta el límite la imagen de loco fanático de Trump y sus seguidores, en sus mítines hemos visto muchos inmigrantes y no menos mujeres que varones (a los homosexuales no se les distingue a simple vista). No pocos de ellos confesaban, además, haber votado en otras ocasiones a los demócratas.

Un analista nada sospechoso de congeniar con Trump, Thomas Frank (autor de un libro imprescindible: ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos) contaba hace meses en un artículo en The Guardian lo que le extraño comprobar que en los mítines de Trump de lo que más se hablaba, con diferencia, era de comercio y economía (no de inmigrantes o de la supremacía de la raza blanca). Las encuestas que menciona Frank, realizadas entre trabajadores industriales blancos del “Rust Belt” (la zona que más ha sufrido la recesión industrial), confirman que el apoyo prestado a Trump está relacionado con la imagen de contundencia y eficacia que les transmite (tan distinta de la ambigüedad y la retórica de los políticos tradicionales) y con propuestas económicas que tienen que ver con mejorar su nivel de vida (y no especialmente con el asunto de la inmigración ilegal, que ocupaba tan solo el tercer puesto en la lista de sus preocupaciones).

En un reciente artículo, Ignacio Ramonet sacaba a la luz lo que los medios suelen ocultar acerca del programa electoral de Trump. Con un infalible estilo de telepredicador Trump ha vendido a sus votantes el sueño de la reindustrialización de América a través de la derogación de tratados comerciales y la adopción de políticas proteccionistas. Ha prometido también enfrentarse a los arrogantes ejecutivos de Wall Street rescatando impuestos contra la especulación y reestableciendo, incluso, una ley de 1933 – la ley Glass-Steagall – contra la conversión de la banca tradicional en banca de inversiones. Se ha mostrado partidario de frenar los recortes en seguridad social y en sanidad con que suelen amenazar los republicanos. Ha anunciado, también, que se enfrentará al lobby farmaceútico para bajar el precio de los medicamentos, y al lobby de la industria armamentística para rebajar el presupuesto militar (a la vez que anuncia una política exterior menos intervencionista). Su argumento es que siendo multimillonario no necesita de las donaciones ni del apoyo financiero de estos lobbies y puede hacer política independientemente de ellos. Trump ha vendido, en suma, la vieja pero siempre efectiva idea de que se enfrentará a los poderosos para beneficiar a sus “amigos” los más humildes, la gente sencilla y trabajadora que es la única que entiende su lenguaje llano y franco, etc.

Ahora bien, es obvio que todo esto es falso. Ni Trump es Robin Hood, ni es amigo de los humildes, ni tiene más dinero o poder que los lobbies de Washington. Tampoco va a acabar con la globalización ni con el libertinaje financiero de Wall Street, ni con los recortes al escuálido sistema de asistencia social, ni con la necesidad estratégica de intervenir en el exterior... La política del gabinete Trump no será, de hecho, muy distinta, en sus aspectos esenciales, de la que hubiera emprendido Clinton. Trump no es un loco fanático y antisistema, sino un líder pragmático que quería su ración de poder y ha jugado sus cartas para lograrlo.

Trump ha mentido a sus electores, como han de hacer todos para ganar las elecciones. Una vez en el despacho oval se dedicará a vender la misma política neoliberal que pensaba vender Clinton, aunque con una retórica y una serie de concesiones superficiales diferentes. Lo cierto es que la única diferencia estimable entre Trump y Clinton es la de los valores con los que cada uno de ellos envuelve o edulcora una política económica que es, en sus aspectos esenciales, la misma. El problema para Clinton y la socialdemocracia (tanto americana como europea) es que sus valores (cosmopolitismo, ecología, feminismo, tolerancia sexual...) solo interesan a unas élites sociales y culturales confundibles, además, con las élites económicas y la clase media alta urbana, mientras que los valores que venden Trump o los ultraconservadores del Tea Party son los que seducen a la inmensa mayoría.

Como afirma Frank, el populismo neoliberal ha sabido compensar la enorme inseguridad y desorden económicos que generan sus políticas con la seguridad y el orden moral (social, racial, sexual...) tradicional que, aún más en tiempos de incertidumbre, cautiva a las clases populares. Así, frente al humanismo laico y abstracto de la socialdemocracia, Trump defiende cosas infinitamente más tangibles y emotivas: la familia, la patria, la religión, las viejas tradiciones... Frente a la “pereza hedonista” (el “asistenciado” ) asociada al estado social, Trump reivindica la vieja moral puritana del mérito y el esfuerzo. Frente a la élite de snobs de clase alta corrompidos por los poderes económicos que representa Hillary Clinton, Trump representa la edénica y no menos puritana reivindicación del hombre sencillo y virtuoso que triunfa por sus propios medios.

Curiosamente, a la versión básica del American dream que vende Trump se han incorporado con suma astucia, y cambiados totalmente de bando, gran parte de los viejos valores de la izquierda: la dignidad del trabajo, el amor por la industria, la defensa del oprimido por las élites, o del manipulado por los medios de propaganda de esas mismas élites –son memorables los insultos que Trump ha dedicado a la prensa del “sistema” (prácticamente toda) durante la campaña– .  Como afirma Frank, es tomando por objetivo a la élite de la cultura, y a una socialdemocracia desvaída y corrupta, y lanzando contra ella los viejos argumentos de la izquierda tradicional, como el populismo de derechas protege hoy a la élite del dinero.

Ante este panorama mucho me temo que tenemos Trump y populismo neoliberal para mucho tiempo. Tanto a un lado como a otro del mundo. Y peleando por los mismos (y cada vez más escasos) recursos. Por cierto, dije antes que la guerra no iba a empezar mañana, no que no fuera a empezar. Hay veces en las que me alegro de no ser joven.

 



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