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Opinión-Editorial

Custodia virginitantis

17 de Abril | 15:59
Custodia virginitantis
Los últimos acontecimientos en esta España de mis pecados, me lleva a elucubrar sobre ese afán que tenemos los españoles de condenar al prójimo en cuanto alguien nos cuenta el más mínimo indicio de su posible conducta deshonrosa, sin pararnos a pensar si será verdad o no aquello de lo que se le acusa o si las fuentes de información son fidedignas. Este afán por condenar se hace mucho más virulento cuando el prójimo en cuestión es un personaje público, y no les quiero contar si es un político. No hay más que ver a esos sesudos tertulianos televisivos cómo segregan jugos gástricos y hasta les sube la tensión arterial mientras destripan al político de turno. 

Es cierto que, la corrupción, ese mal endémico de la humanidad en general, ha producido en el personal una reacción de indignación colectiva hacia los políticos en general, aunque se vea con mejores ojos normalmente a los chorizos de izquierda que a los de derechas. Sin embargo, nos cuesta mucho darnos cuenta de que la corrupción política no es más que un reflejo del nivel ético del pueblo soberano y en esto “el que no corre, vuela”. Algunos deberían mirar “su currículum” antes de indignarse tanto.

Este nivel de cabreo ante la corrupción política está sirviendo de caldo de cultivo para que arraiguen en nuestro país peligrosos populismos tanto de izquierda, los más, como de derechas, que están poniendo en solfa la democracia y el estado de derecho. La vara de medir la corrupción se está volviendo cada vez más corta y ya, cualquier nimiedad, al menos en lo que afecta al probo contribuyente, adquiere proporciones delictivas. Los medios de comunicación han visto que no hay nada mejor para aumentar su audiencia que despellejar políticos a porrillo y, por supuesto, si son de derechas, mejor. Aquí como la presunción de inocencia no existe y se puede difamar y calumniar sin que ocurra absolutamente nada, la cacería de cargos públicos tiene abierta la veda todo el año. Judicializar la política tiene esas cosas y que la justicia actúe tarde, mal y nunca también contribuye.

Ante este panorama, algunos partidos se han arrogado el papel de ser los “custodia virginitatis” de la corrupción política y, como nunca han tenido responsabilidades de gobierno, presumen de pureza y castidad, aunque, aún en estas circunstancias, algunos de sus cargos públicos les están saliendo algo “zorrones” en algún sitio que otro. Sin pringarse demasiado, están convencidos de que han aterrizado en la escena política para ser martillo de corruptos y lo que es peor, decidir quiénes lo son y quiénes no. Se han arrogado el derecho de ser los gendarmes de la política patria, imponiendo sus propias normas para eximir o condenar a aquellos que les puedan o no condicionar en un futuro su acción política. No vienen a aplicar políticas que solucionen problemas a los ciudadanos, entre otras cosas porque no saben, vienen cual inquisidores furibundos a mandar a la hoguera a aquellos que pueden ser un obstáculo para sus ambiciones y a algún que otro ingenuo que crea que, los deslices de su pasado, van a estar toda su vida a buen recaudo.                                                                              

Los “custodia virginitatis” están dispuestos a cimentar su proyecto político en las presuntas miserias de los demás. No basta con que actúe la justicia y tras un juicio justo se condene o exonere al presunto, antes de que ni siquiera haya habido acusación formal estos justicieros de pacotilla están ya pidiendo “las orejas y el rabo” de los interfectos. La finalidad de tan “loable” labor tiene poco que ver con esa cantinela de la regeneración política que tanto argumentan y que gusta tanto al respetable, es sólo una forma de hacerse un hueco en la vida pública, aprovechando que los partidos que han tenido responsabilidades de gobierno, están tocados del ala gracias a una pandilla de sinvergüenzas, los menos créanme, que se han aprovechado de los cargos ostentados para hacer caja.

Decirle al pueblo soberano lo que quiere oír, aunque se trate de un “brindis al sol”, parece ser que va a ser decisivo en los próximos comicios electorales. La masa anda ávida de que le regalen los oídos y de ver caer a los que creen culpables de todos sus males. Nunca he creído eso de que el pueblo siempre tiene razón y mucho me temo, que eso de “vox populi, vox Dei” es más un dicho que un hecho.

DB                   


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