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Opinión-Editorial

Autenticidad, calidad, profundidad

2 de Abril | 18:12
Autenticidad, calidad, profundidad
Quiero traer a estas páginas una reflexión sobre las cuitas a las que se enfrenta esta democracia liberal de masas que vivimos. Hace ya tiempo que hay críticos (toda la crítica neorrepublicana, por ejemplo) que están poniendo sobre el tapete sus insuficiencias y proponiendo fórmulas para la innovación democrática (consultas deliberativas, senados ciudadanos, combinación de fórmulas de democracia comunitaria, deliberativa, representativa adecuadas a los distintos niveles de decisión política locales, nacionales, transnacionales...). Todo desde el punto de vista de la profundización y la calidad democrática, incluyendo la redefinición del papel de partidos políticos y otros interlocutores sociales en la intermediación política de nuestras sociedades democráticas.

Diré a partir de ésto que, independientemente de que exista el peligro de una involución totalitaria en la situación que vivimos hoy en el mundo desarrollado, la democracia liberal de masas necesita una revisión: desde los años 70 la evolución histórica de las sociedades postindustriales lo está poniendo de manifiesto. Lo reflejan científicos sociales y pensadores políticos perfectamente alejados de posturas totalitaristas y perfectamente alineados con la libertad y la democracia. 

Hay imágenes en nuestra democracia española de hoy simples e impactantes, como una bofetada en pleno rostro de esta democracia que disfrutamos y sufrimos. Lo que yo veo detrás de éstas imágenes es una necesidad de filosofar a martillazos, como proponía Nietzsche, para ver cuántos de nuestros ídolos tienen pies de barro y suenan a hueco.

Siguiendo las dimensiones que propone Robert Fishman para acercarnos a analizar la democracia, yo creo que habría que despejar algunas cuestiones sobre varios temas:

  1. Autenticidad de la democracia. Una democracia se caracteriza por elecciones libres, el control de los políticos a través de ellas, un sistema político que permite alternancias, respeta opciones y ha conseguido cuotas de justicia social, libertad e igualdad, es posible que como ningún otro (aunque sólo sea para una parte de la población y del mundo, que ésa es harina de otro costal y tiene infinidad de kilómetros cuadrados de tela que cortar, sobre todo en los países empobrecidos que explotamos de una manera vergonzosa desde los países enriquecidos). Todo eso define su autenticidad, es decir, lo que es mínimamente necesario que se dé para que haya democracia, incluido el hecho de que los líderes políticos elegidos tengan poder para gobernar y gobiernen de hecho. Y aquí es donde resbalamos. Tenemos en España dos problemas al respecto.
Uno, el sencillo, europeo: la cesión de soberanía a una Europa que no acaba de despegar como democracia de ciudadanos y ciudadanas y se parece más a una especie de senado territorial confederal en el que los territorios pesan más que los ciudadanos y las ciudadanas.

Y el otro problema, el de calibre verdaderamente grueso, mundial: el de la supremacía de los mercados sobre el poder político. Los mercados son por definición desiguales y fomentan la desigualdad, en eso entran en colisión con el imaginario igualitario democrático. Yo creo que es necesario que la democracia produzca e implante regulación sobre los mercados. Cuál, cuánta, cuándo, cómo… todo eso podemos discutirlo, pero si dejamos que los mercados dominen, ya nos podemos ir olvidando de la democracia.

  1. La calidad de la democracia. Como decían Aristóteles y Stuart Mill, una democracia muestra su excelencia (no sus mínimos como en el punto anterior) cuando es capaz de producir desarrollo intelectual entre la ciudadanía. Robert Dalh añadía desarrollo moral al intelectual. Es el debate político el que nos da la medida intelectual y moral de nuestro ambiente democrático. Y aquí pinchamos de lleno. Necesitamos arenas deliberativas donde sea posible crear opinión informada, argumentada, asumida y defendida con autenticidad y respeto. Desgraciadamente no disfrutamos de esto en España desde hace ya tiempo (no sé si lo hemos disfrutado alguna vez en nuestra historia). Sobre el tema decir que también es preocupante la asfixiante disciplina de voto que sufrimos en España y el delirante sistema de selección de élites políticas, que aleja a los políticos de la ciudadanía.
  2. Profundidad de la democracia. Sin ánimo de sustituir a la democracia representativa, mantengo que necesitamos dotarla de elementos que favorezcan la capacidad cívica de la sociedad colectivamente autoorganizada para influir en la agenda política y en la definición, diseño, implantación y evaluación de políticas públicas. Y necesitamos hacerlo mas allá de la capacidad de interlocución social implantada en nuestra democracia desde el polo de la producción (patronales y sindicatos por un lado y lobbies profesionales y empresariales por otro). Necesitamos dar cabida a otros elementos de interlocución social centrados en otros polos sociales, desde el consumo a la soberanía energética o la financiera, pasando por la soberanía del conocimiento y las leyes de la propiedad intelectual, la soberanía alimentaria o las economías transformadoras centradas en las personas antes que en las rentas del capital.
Sirva todo esto como muestra de cómo veo yo algunos fenómenos sociales que se están dando en España y en el mundo. Y como denuncia de la falta de sensibilidad de los poderes políticos, incluidos los partidos políticos en su inmensa mayoría, ante los cambios políticos y sociales que están ocurriendo y que estamos protagonizando unos con más bisoñez que otras, pero todos respondiendo a necesidades reales. Todos los oídos sordos de los poderes democráticos legítimos a esto que pasa no servirán nada más que para restarles legitimidad en la autenticidad, en la calidad y en la profundidad de la democracia.

Ciudadano Moreno Ibarra



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