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Reconociéndonos

25 de Junio | 11:56
Reconociéndonos
Todos los que escribimos lo hacemos en primer lugar para nosotros, para reconocernos e interpretarnos. Por eso, la poesía. Que recoge como ninguna otra versión literaria los quehaceres del alma. A mi, escribir me tranquiliza, porque consigo al hacerlo lo que a veces no logro verbalmente, es decir, extraer de mi fuero interno las verdaderas preocupaciones y cuitas. 

Hay, sin embargo, mucho postureo en la escritura. Cuando estudiaba Bachillerato yo elegía siempre a Azorín, por su concisión y claridad en los términos, por su ausencia de frases largas e intrincadas. Sus ideas o comentarios van en frases cortas, entre punto y punto seguidos que me parece uno de los términos más geniales de los muchos que tiene la ortografía. 

Nunca memoricé reglas escritas de esta última, no me hizo falta, leía cuánto caía en mis manos, no por virtud, sino porque no había otras formas de distracción mejores para una niña en aquellos tiempos. En aquella educación que recibíamos. Leer me elevaba sobre mi propia realidad. Ahora también, pero menos, conocidas algunas cosas del mundo y sus circunstancias. La madurez tiene una parte de escepticismo, producto de las decepciones vividas por cualquier ser humano, pero también la ventaja de reconocer los síntomas de algunos acontecimientos antes de que sucedan. 

Yo habría podido estudiar una carrera de Letras, y hubiera sido feliz, porque todo me interesaba. Era absurdo en mis años universitarios presentarte en una reunión de cualquier grupo humano sin un ápice de sensibilidad para la cultura, sin haber leído a los clásicos, sin conversación. Hoy, cuando aprecio el bajo bagaje cultural que en algunas áreas tienen nuestros alumnos, me retrotraigo a recuerdos de mi época en donde el prestigio de cualquier estudiante se apoyaba en su preparación en materias políticas y culturales, en sus posibles viajes al extranjero, casi siempre a trabajar para ganar un dinero con qué subsistir el curso siguiente, tanto o más que en sus éxitos en Termodinámica o en Álgebra. Quizá fuera el momento histórico el que nos dibujó para siempre, la austeridad de aquellos días, la intuición de que vivíamos un momento crucial, la atmósfera universitaria tan certera y segura de su papel, en la evolución natural de los hechos. Sin alharacas, todos sabíamos cuál era nuestro deber y que lo teníamos. 

Así que nos transformamos, a la par que la sociedad, a veces entre la incomprensión de quienes allí estaban antes que nosotros. No, no es verdad que nuestra generación no aprecie a los jóvenes, más bien al contrario, cada componente de ella siempre ha aspirado a que estos chicos y chicas, llegados cuarenta o cuarenta y tantos años después,  sean mejores de lo que nosotros fuimos. Pero no se si esto es así. No lo veo. 

Hablo con los de mi edad y casi todos estamos de acuerdo. Necesitamos, seguimos necesitando dinámicas activas a las que pertenecer, grandes vías por donde transitar. Pero al mundo hoy lo dirigen personas que no entienden (porque no quieren) estos argumentos.  

Carmen Heras



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