Yo.
Yo, que me miró al espejo con mi sonrisa postiza tapando el miedo, el dolor, la angustia ante mi misma. Que me cubro la cabeza sin pelo de otros cabellos repletos de solidaridad y empatía. Me dibujo las pestañas, coloreó mis cejas, doy color a mis ojos y pinto mis labios de un rojo intenso. Dentro de mi arcoíris me siento guapa. Relleno el vacío del sujetador con esperanza y me contemplo de nuevo en el espejo. Sonríe, me digo ante la imagen que proyecto; deja tu dolor, tu miedo, tu angustia y disfruta la vida.
Tú.
Tú, que te haces el fuerte para cuidarla. Que atrapas tus lágrimas en una risa fingida, para que sea lo primero que vea cada mañana cuando la levantas tras una noche de mil batallas. Disfrazas el cansancio para cogerla en brazos con energía y le sostienes la cabeza cuando la existencia parece que se le escapa en la taza de baño. Le bañas la piel y le dices linda, procurando que no vean la incertidumbre que te produce la palidez de su cuerpo. Y preparas exquisiteces aunque le sepan a rayos, aunque tal vez no los tolere ni los retenga mucho rato. Todos los cuidados son pocos, porque ella, es el amor de tu vida.
Él.
Él, vestido de blanco para ensombrecer sin quererlo la alegría de mujeres desconocidas, que con el tiempo, se acaban convirtiendo de su familia. Que sin espada ni escudo, sólo con años de estudios, se empeña en conseguir matar al monstruo con su sabiduría. Que escucha, contesta y trata de calmar con su propia calma los temores de otros. A veces odia lo que hace pero en el fondo ama su trabajo, porque con él salva muchas vidas.
Vosotros.
Vosotros, los verdaderos amigos que se quedan. Los que no se han marchado cuando se apagan las luces y la música de la fiesta. Los que llaman a diario, entienden los silencios o los malos humores de un mal momento. Los que rebuscan la anécdota divertida para sacar la risa que falta. Los que dais ánimos en el desánimo. Los que traéis chocolate para tapar lo amargo. Vosotros que con cada detalle asustáis a la muerte, invocando a la vida.
Nosotros.
Nosotros, los desconocidos que intentamos aportar nuestro grano de ilusión, para construir el granero de aquellos que se encuentran débiles y no pueden. Levantado día a día con cada melena cortada y cedida, con las monedas que se tenían guardadas para un capricho especial y que tendrá que esperar, con el apoyo desprendido y dado con el mayor cariño. Una entrega generosa, un regalo de vida.
Ellos.
Ellos, que transforman las agujas en flechas, el líquido ardiente en veneno, la luz cegadora en fuego, para tratar de vencer al que te roba los días. Velan tu sueño con su desvelo, te toman la temperatura para ver si estás fresco, olvidan sus propios problemas para escuchar penas ajenas. Recorren kilómetros de suelo verde, en una maratón contra el tiempo que se escapa de las venas de aquellos que cuidan y miman. Son los eternos guardianes, los custodios de la vida.
Yo, tú, él, nosotros, vosotros y ellos, a todos nos afecta el mismo ser horrible, el monstruo de mil nombres pero que siempre es el mismo. Juntos podemos vencer al cáncer, no dejemos que nos arrebate la vida.
Fin.