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Igualdad

''Jalogüines''

30 de Octubre | 13:49
Redacción
Si por algo se distingue este penúltimo mes del año en esta España mía, en esta España nuestra, es por la tradición de rendir un merecido recuerdo a los que dejaron este mundo, en contra de su voluntad evidentemente, para encontrar la paz o el desmelene, según donde le haya tocado en suerte en el sorteo de la eternidad: cielo o infierno.

En definitiva, a los muertos. Los míos y los de todos, dicho sea con todos los respetos del mundo (especialmente, a los de todos, pues de los míos ya me encargo yo tal como mandan los cánones). Y como nuestro país es un crisol de culturas que hemos heredado casi desde el neandertal, y cuyo, parece ser, cutrismo ancestral y riqueza popular no entran en las preclaras mentes de los nuevos progres,  desde finales del pasado siglo y hasta nuestros días, los jóvenes y jóvenas, sin olvidarnos de algunos frikis metidos a enseñantes, muestran su desnudez mental celebrando, eso sí, con el vidrio, hielo y lo que caiga, una memez rara y absurda procedente, como no, de yankilandia, denominada “jalogüin”, y que no es otra cosa que convertir las serenas calles en cementerios vivientes, suponiendo que haya ser vivo alguno en los camposantos y que, para más inri, la infinitud les hayan conseguido un pase pernocta, con el beneplácito del ínclito Iker Jiménez, que de estas cosas sabe un rato largo. Hasta que le toque a él, que seguro, cambiará de opinión.

En definitiva, que en un alarde de mal gusto, se invita del más allá, al más acá. Para ello, las grandes áreas comerciales orientales, llamados popularmente chinos requetechinos, ofrecen todo tipo de atuendo macabro para que las masas iletradas, pasen una noche de muerte, siempre que la suerte les acompañe, claro está. Que esto no es “toma pan y moja”, como piensan algunos. Y más aún, con esos descarnados disfraces que invitan a todo, menos... a lo del pan y moja.

También es cierto que, en ocasiones, el constante levantamiento de vidrio, hace auténticos milagros, incluso carnales, por lo del pan y moja otra vez. Este patetismo cachondil y macarra ya ha arraigado de tal forma que, mucho me temo, el día menos pensado aparezcan tres o cuatro iluminados y le propongan al jefe  de la tropa, que la fiesta como tal, sea declarada de Interés Turístico. Y se quedarán tan panchos los tíos.  Estas víctimas de la LOGSE y de su y nuestro futuro (¿),  se han convertido en esponjas que absorben todo aquello que esté unido a una bacanal botellonera, pasando olímpicamente de algo imprescindible para el ser humano, es decir, los sentimientos.

Por lo tanto, uno se ve en la obligación de toparse de bruces con una especie de noche de los muertos vivientes, haciendo honor a una exitosa canción titulada “no es serio este cementerio”. Ni que decir tiene que de alegres, ni este ni ninguno. Pero como aquí nunca pasa ná de ná, nos lo tomamos a chota y a vivir que son dos días (hasta en eso se equivocan). Y ante tanto encefalograma plano, no dudo en preguntarme y en volverme a preguntar, que ya metidos en materia, no sería descabellado importar algunas de nuestras ancestrales y arraigadas tradiciones allende los mares. Eso sí, antes de que el Sr. Iglesias, Don Pablo, en un amago democrático, se las pase por el arco de la victoria y nos condene a comulgar con ruedas de molino, rojo, claro está.

Sin ir más lejos, ¿Alguien se imagina el transcurrir de una cofradía por las avenidas de Manhattan, con sus nazarenos, costaleros, imágenes en sus pasos, bandas de música, etc.?, ¿Comprobar la fe de las Hermandades Rocieras con sus Simpecados, exaltando a la Reina de las Marismas, montando una parafernalia de muy señor mío y saltar la reja, en este caso de la Casa Blanca? Mucho me temo que no, ya que a los paisanos de Obama se le pondrían los ojos como platos, en el despacho oval se reuniría el gabinete de crisis y a ver quién es el guapo que les convence de que lo que está sucediendo en sus calles, pertenece a la cultura, en este caso religiosa,  de un país en el que hubo un tiempo, no se ponía el sol. Pero no. Entre otras cuestiones  porque ellos son muy suyos, justamente lo contrario a nosotros que también somos muy suyos.
 
Convertir en carnaval un rito tan atávico y tan enraizado en las profundidades de los más íntimos sentimientos, al margen de ser de mal gusto, es un insulto a los que ni les dio tiempo a despedirse, ni a los que cada día, cada amanecer, tenemos la gozosa fortuna de devolverle el saludo a la guadaña. Lo nuestro es lo nuestro. Es decir, visitar y florear los cementerios (en algunos casos de forma excesiva como si de la tumba de Manolita Chen se tratara), y disfrutar de la naturaleza con los “tosantos”, los “casamientos” y los exquisitos “huesos de santo”, sin olvidarnos del Tenorio, que mucho me temo,  ya es pretérito e imperfecto.  Que no solo de pan vive el hombre. Y esperar estar entre los últimos en la famosa lista de San Pedro. Lo demás, para que negarlo, son zarandajas.


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