27 de noviembre del año 2014, sesión plenaria número 90, segundo punto del orden del día, comparecencia del presidente de la Junta, a petición propia, “a los efectos de informar detalladamente sobre su labor como senador autonómico extremeño, y sobre las iniciativas que el Gobierno de Extremadura está impulsando en materia de transparencia y contra la corrupción.”
Y de repente, una casa en mitad del debate. Y no una casa cualquiera: la casa. La ‘casa de don José Fernández López’, la ‘casa del río’, la casa y residencia oficial de los presidentes de la Junta, la casa en la que vivieron Juan Carlos Rodríguez Ibarra y Guillermo Fernández Vara, la casa a la que Monago no ha querido mudarse porque prefiere seguir residiendo en su vivienda de Badajoz.
Esa casa que le dio a Rodríguez Ibarra su primer disgusto presidencial, incluso hasta antes de habitarla, porque un empleado de la empresa que la acondicionó empezó a divulgar que Ibarra se había hecho instalar una bañera redonda. El escándalo estaba en que era redonda, no en que fuese bañera. Pero, en realidad no era redonda, era ovalada, pues en el lugar en el que se debía instalar no había espacio suficiente para una bañera oblonga normal, ni mucho menos para una bañera redonda. Si acaso, para una pileta.
La ‘bañera redonda’ fue la causa de una polémica de padre y muy señor mío. Tanto ruido hubo que Ibarra se sintió obligado a enseñarle la bañera a los periodistas. A mí me la enseñó.
El segundo disgusto se lo dieron a Ibarra las 'encinas madrileñas', traídas de un vivero de Madrid, que se plantaron ante la fachada principal del edificio presidencial de Extremadura, el país de las encinas, por iniciativa de Francisco España, a la sazón consejero de Cultura. Ibarra dijo que aceptó las encinas a regañadientes, porque veía que iban a originar rechazo. Ibarra no las miraba con buenos ojos y, a pesar de eso, las encinas prosperaron, lo cual no era fácil en aquella Extremadura cuando se suscitaba la desaprobación oficial.
Por cierto, que además de ser la casa oficial del presidente Ibarra y de su familia, ‘el palacio presidencial’, la llama Monago, en ese inmueble también se instaló la primera sede de la Presidencia de la Junta, que ocupaba al menos la planta baja y el semisótano, donde se habilitó un salón para celebrar las reuniones del Consejo de Gobierno.
Pues esa misma casa, que costó 40 millones de pesetas en 1983, se ha convertido en el marchamo de una comparecencia presidencial en la que se habló, durante cuatro horas, de viajes a Canarias y de medidas a favor de la transparencia y contra la corrupción. Y algo, muy poco, de la casa.
El presidente Monago la puso como ejemplo, afirmando que si no ocupa la casa oficial destinada a los presidentes es porque él no está en política para aprovecharse del cargo, y anunció que la casa se pondrá en venta. Espera que, como mínimo, se venda por dos millones de euros.
Hasta es posible que sólo fuese un señuelo puesto en mitad del discurso, pero el anuncio fue como una explosión, como dar el pistoletazo de salida a un nuevo alistamiento de voluntarios para la causa. La casa no sólo acaparó los titulares, sino que puso en marcha una campaña política para salvarla de la enajenación, que además de venta significa locura, vaya usted a saber el motivo. ¡Mérida no se vende!, proclamaba anoche en Facebook el candidato del PSOE a la Alcaldía. ¡Mérida no se vende! Yn no se vende porque la casa “es una casa singular”, dicen. Tan singular y tan digna de ser salvada como la orca Willy, de la película ‘¡Salvemos a Willy!’. ¡Willy tampoco se vende!
Es una casa singular... Y tan singular que es la casa de las casas. Por esa casa pasan los años y los presidentes y los funcionarios, pero la polémica no pasa, se ha quedado a vivir en ella.