A Mariano Rajoy le van estallando las bombas delante de los pies, según camina.
Tres días antes de que viajase a Cáceres, para presidir la convención de los populares sobre las buenas prácticas de gobierno en las comunidades autónomas, salieron a relucir los viajes a Canarias que, como senador, había hecho cuatro años antes José Antonio Monago, en la actualidad, presidente del Gobierno de Extremadura.
Un día antes de que el presidente del Gobierno comparezca ante el pleno del Congreso de los diputados para exponer sus propuestas legales contra la corrupción, el juez Ruz cierra la investigación sobre el caso Gúrtel, tras cinco años de investigaciones, y uno de los nombres incluidos en la relación final de personas implicadas es el de la ministra de Sanidad, Ana Mato, por su presunta responsabilidad civil en un apéndice de la trama.
Sorprende la fina puntería del sembrador de bombas. Que acierte una vez puede ser casualidad, que lo haga en dos ocasiones podría ser mera coincidencia, si llegara a producirse una tercera explosión habría que echarse otras cuentas.
En los dos casos mencionados, el presidente del Gobierno español ha aplicado soluciones diametralmente distintas, pero en ambos lo ha hecho con una diligencia impropia de Rajoy.
A Monago lo confirmó como presidente del gobierno autonómico y como candidato del PP a la reelección. A la ministra Ana Mato la ha convencido para que dimita.
Ambas decisiones me parecen adecuadas.
La enorme polvareda que levantó la primera información sobre los viajes de Monago a Canarias se ha ido diluyendo con el paso de los días y con el convencimiento de que el líder de los populares extremeños no hizo algo que no hicieran los senadores y diputados en general con el amparo de sus respectivas cámaras legislativas.
Hasta Pedro Sánchez, que le negó la presunción de inocencia al presidente extremeño, al tiempo que de mil amores se la respetaba a Chaves y Griñán, y que exigió la dimisión de Monago o que se sometiera a la cuestión de confianza, ha viajado a Canarias con cargo al dinero del Congreso por asuntos políticos particulares.
La renuncia de Ana Mato a seguir en el Gobierno de Rajoy es una buena decisión; para ella, para su familia, para Rajoy, para el Gobierno, para el PP y para los ciudadanos en general. Su imagen pública está tan deteriorada –por el confeti, por el Jaguar, por el ébola…- que el currículum de la ministra no aguanta ni media polémica más.
Que Ana Mato se vaya a casa es casi un alivio para un país que vive de sobresalto en sobresalto.
Renuncia al ministerio, y en un primer momento no se sabe si también al escaño, aunque no se le acusa de haber cometido delito alguno, ni se espera que sea juzgada. Se va porque el hecho de haber disfrutado de la cuota parte conyugal de los regalos que recibió su marido, ya ex, aunque no la hagan delincuente, sí la convierten en beneficiaria de una ilegalidad. Poca cosa cuando se es una persona políticamente respetada, pero demasiado si no inspiras respeto.
La comparecencia de Monago ante el pleno del Parlamento extremeño debería ser el último capítulo de un asunto que, aunque ha llegado hasta los tribunales, no parece tener un recorrido político y jurídico de calado. El PSOE empieza a estar cansado del ‘caso Monago’, de lo que cabe deducir que no le ve rentabilidad electoral. Al menos en estos momentos.
La comparecencia de Monago se entrecruza con la de Rajoy que, seguramente, le restará protagonismo mediático, Y a las dos comparecencias se lo quitará, a su vez, Ana Mato ya ministra en funciones, que será relegada en los titulares por la persona que la sustituya en el cargo.
Como puede ver usted, España es un sinvivir, una catarata desenfrenada de sucesos. Cada día pasa algo sorprendente. Desde la transición política no se había registrado en la historia reciente de este país una sucesión tan trepidante de acontecimientos políticos tan notables.
No obstante, hay una diferencia sutil entre ambas etapas. En la transición sabíamos de dónde veníamos, una dictadura, y hacia dónde queríamos ir: hacia la libertad, hacia la democracia.
En la etapa actual sabemos de dónde venimos, la democracia, y hacia dónde queremos ir, la democracia, pero no tenemos muy claro ni cómo ni tampoco por donde queremos hacer ese viaje.
Buena parte de la crisis política que nos atosiga tiene su base en esa indefinición de las metas, de los objetivos y de los métodos. Ni siquiera quienes quieren desmontar la Constitución saben explicar cómo pretenden hacerlo. Y no hablemos del marasmo de quienes reivindican su independencia pero insisten en negociar para no independizarse. “Te vas pensando en volver”, que cantaba Serrat en ‘Mediterráneo’.