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Opinión-Editorial

El brasero, la badila y la vida

19 de Enero | 15:28
Redacción
Dos personas de 85 y 81, años, un hombre y una mujer, fallecieron el domingo en Zalamea de la Serena (Badajoz) mientras eludían las bajas temperaturas de este enero calentándose con un brasero de picón.

A principios de mes, después de Reyes, había fallecido otro varón, en un domicilio de Valdelacasa del Tajo (Cáceres), también por las emanaciones de un brasero de picón, y dos mujeres resultaron afectadas en el mismo suceso.

Los braseros terminan cada invierno con la vida de varias personas en Extremadura y en otras regiones de la España cálida.

El brasero de picón forma parte de la cultura popular extremeña. De todos los utensilios que se usan actualmente en los hogares extremeños es uno de los más antiguo, con miles de años de existencia.

Todavía se venden braseros para calentarse quemando en ellos picón. Aún hay piconeros que aprovechan el ramaje de las podas, especialmente de las encinas, para hacer el picón, hermano menor del cisco, de la carbonilla y, por supuesto, del carbón de encina.

Todavía se le echa ‘la firma’ al brasero, dándole vueltas con la badila, y continúa siendo una ciencia, y hasta un arte, echar el brasero, encenderlo con los rescoldos –cenizas calientes y alguna brasa- del brasero anterior y, sobre todo, mantenerlo encendido bajo la mesa camilla, que aún sigue cobijando bajo sus faldas a lo que resta de lo que fueron familias integradas por varias generaciones.

Y lo que es más grave, todavía siguen muriendo personas, especialmente personas mayores, por las emanaciones y los incendios causados por los braseros de picón.

Cuando el brasero no arde bien y emite monóxido de carbono se convierte en una trampa mortal. El monóxido de carbono es un gas traicionero, pues ni se ve ni se huele. Sólo avisa con dolores de cabeza y nauseas, pero si las personas que están expuestas a él están dormidas o somnolientas, el monóxido las mata antes de que adviertan su presencia.

No es el brasero de picón la única forma de calefacción que puede emitir monóxido de carbono. Las estufas de carbón, de leña y de gas, las cocinas y los calentadores de agua no eléctricos también emiten este gas mortífero cuando no funcionan bien.

Por lo tanto, no se trata de demonizar al brasero de picón como un enemigo de la salud, sino de tomar medidas para evitar que se produzcan tragedias como la que acaba de tener lugar en Zalamea de la Serena. Existen precauciones que casi todo el mundo conoce –mantener ventiladas las habitaciones en las que esté ardiendo un brasero o una estufa, no dormir junto a estas formas de calefacción, no dejar a niños solos junto al brasero, etcétera-, pero hay personas que por su edad o su poco conocimiento no tienen en cuenta estas precauciones y entonces puede ocurrir lo irremediable.

Para evitarlo no bastan los consejos. Hay que tomar otras medidas. Prohibir el brasero de picón no solucionaría el problema, pues las estufas de gas o de leña tienen el mismo riesgo. Sí resultaría efectiva la instalación de detectores de gas y de humo, para evitar daños personales en los incendios. No es obligatorio tener estos sistemas de alarma en el hogar, aunque debería serlo, pues un incendio en una vivienda, sobre todo si está en un bloque de pisos, además de poner en serio riesgo a sus moradores, también conlleva peligro para sus vecinos.

Pero como no es obligatorio instalar detectores de monóxido de carbono, ni de gas, ni tampoco de humo, no estaría mal empezar a instalarlos voluntariamente. A veces no se sabe qué regalarle a una persona que ‘tiene de todo’, pero no tiene alarmas contra el fuego y el gas, que son salvavidas de pequeño tamaño y precio, en muchos casos, asequible.

Seguramente a usted no le parezca un regalo muy romántico o muy divertido, pero es un obsequio tan práctico que puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Sobre todo de las personas mayores y de los más pequeños.
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