Canal Extremadura Televisión acaba de emitir, este lunes 18 de mayo del 2015, el debate del nunca jamás.
Del nunca porque nunca hasta ahora se había producido en la región un debate electoral como el que ha ofrecido la televisión pública extremeña.
Juan Carlos Rodríguez Ibarra estuvo 24 años en el poder y no debatía ni en la Cámara autonómica. Discurseaba, pero no debatía.
Guillermo Fernández Vara, bastante más dialogante que su padre político, no celebró debates a todo trapo con cámaras.
Ha tenido que ser José Antonio Monago el primer presidente de la comunidad autónoma que salga a los medios y propicie un debate electoral con todos ante las cámaras de televisión.
Por eso estamos ante el debate del nunca. Del nunca visto hasta ahora. Y ante un debate del jamás, porque, visto lo visto, un debate electoral a doce es una fórmula poco exportable y, muy probablemente, jamás se repetirá.
En realidad, ni siquiera ha sido un debate. Es prácticamente imposible debatir cuando son doce las personas intervinientes y, la gran mayoría de ellas, carecen de experiencia para hacer frente con solvencia a una oportunidad como la que se les ha ofrecido y han desaprovechado intervención tras intervención.
Más que un debate ha sido un panel informativo dodecafónico. Todo lo más, un surtido de micromítines que Canal Extremadura Televisión ha sacado adelante con dignidad y hasta con elegancia. Además de con absoluta imparcialidad.
Hay que felicitar, por el esfuerzo y la buena disposición, a Beatriz Maesso, directora general de Canal Extremadura, al periodista Víctor Molino, que ha ejercido como moderador, y a todo el personal del Canal, desde cámaras hasta maquillaje, pasando por realización y emisión, que han hecho posible el programa.
A la televisión pública extremeña y a su personal les corresponde el mérito de hacer frente a una tarea dificilísima: convertir en un producto televisivo digerible, o al menos no mortal de necesidad, a doce programas electorales expuestos, en más de un caso, por personas que no saben hablar para televisión.
Que, de hecho, en la gran mayoría de las intervenciones no han hablado: han leído. Incluso han pasado ante la cámara los folios, convenientemente grapados, para que no se les perdiesen ni tampoco se les traspapelasen.
Y no es que tuviesen que pronunciar conferencias ni grandes discursos. Las intervenciones han sido de dos minutos y medio y de un minuto. Si alguien que debe hablar como máximo durante dos minutos y medio siente la necesidad de leer lo que dice, queda clarísimo que esa persona no se sabe lo que tiene que decir. Sobre todo porque no han dado cifras ni títulos ni tampoco han descrito situaciones especialmente complicadas de expresar. Tan sólo ideas muy sencillas, hasta elementales. Y, si un político que aspira a gobernar Extremadura no se sabe lo que debe decir de algo que tiene escrito en su propio programa electoral, algo que tendría que saberse hasta durmiendo, ¿por qué hay que confiar en él? ¿Puede convencerse a alguien, que no esté previamente convencido, de la bondad de unos argumentos expuestos de ese modo?
A mí, como mínimo, la lectura de un discurso breve me hace dudar de que quien intenta convencerme leyendo sepa de qué me está hablando. Creo que tener que leer un texto tan corto manifiesta inseguridad. Entre otras carencias.
La inseguridad debe de estar también detrás del tic que tiene Álvaro Jaén, candidato de Podemos a gobernar a los extremeños. Jaén no mira a la cámara, no mira a las personas para las que se supone que está hablando. Mira al techo, al cielo, al emparrillado del que cuelgan los focos del estudio. En vez de dirigirse a la audiencia parece que se estuviese tomando a sí mismo la lección y la repitiese de memoria para cerciorarse de que la tiene bien aprendida. Hay que suponer que sólo le ocurre delante de las cámaras, pues de lo contrario, sus miras políticas no estarían en el gobierno de las personas, que suelen moverse a ras de tierra, sino en el gobierno de las alturas.
Entre las curiosidades del debate está el hecho de ver a dos candidatos de dos formaciones políticas regionalistas, uno al lado del otro, queriendo poner a flote a Extremadura remando cada uno por su cuenta. Sí, señor. Eso es querer a la tierra y unir las fuerzas para hacerla avanzar. Todo lo demás es cuento. ¡Ele! ¿Llegará el día en que el sentimiento regionalista que, en mayor o menor medida, hay en todos los partidos políticos, pues ninguno de ellos tiene como objetivo manifiesto terminar con la comunidad autónoma extremeña –salvo Vox, claro, la derecha de la derecha del centro-, se condense en un programa de gobierno lógico, sensato, realista, posible, beneficioso y, además, extremeñista? Sinceramente no lo sé, pero me parece mucho más probable que, antes, la fórmula dodecafónica del debate del nunca jamás se convierta en un éxito de audiencia. En Venezuela, en Cuba, en el Vaticano, etcétera.
Durante las dos horas que ha durado el programa, ha quedado muy claro quién gobierna, quién ha gobernado, quién tiene capacidad de gobernar y quién ni siquiera se lo plantea. Gobernar no es hacer promesas, ni afirmar que todo está mal, sin ni siquiera distinguir entre las responsabilidades. Gobernar es utilizar los recursos existentes para alcanzar las aspiraciones planteadas. Y los recursos, al contrario que las aspiraciones, son siempre limitados. Por lo visto en el debate del nunca jamás, todos los partidos conocen los problemas, pero sobran dedos de una mano para contar a los candidatos que explican de un modo creíble como hacerles frente. Es posible que los demás también lo sepan pero no lo llevasen escrito.
Claro que en un mundo en el que se aspira a que haya playas para perros, lo prioritario no es solucionar los problemas de las personas, sino las necesidades de los animales. ¡Qué guay!