La normativa electoral española está llena de curiosidades y una de las más chocantes es la llamada ‘jornada de reflexión’.
Para empezar no es una jornada. Una jornada es un día, 24 horas. En España, la jornada de reflexión tiene 44 horas. 44 horas, 44. No es una jornada de reflexión, es un sermón materno. Aquí, a todos los efectos legales, la jornada de reflexión empieza a las 00:00 horas del sábado y termina a las 20:00 horas del domingo, cuando se cierran los colegios electorales. Sesenta minutos más tarde en Canarias, que siempre lleva el reloj atrasado y las horas le llegan ya usadas por los demás.
Durante ese tiempo no se puede ni dar mítines a los convencidos, ni dar consejos a los indecisos, ni darle la mano a los descreídos. Ni el sábado ni el domingo. Porque al domingo no se le llama ‘jornada de reflexión’, pero lo es, lo es.
Pero es que, además de no ser una jornada, la ‘jornada de reflexión’ no es de reflexión. No se reflexiona. Nadie reflexiona. Y no será por falta de tiempo. En 44 horas de reflexión da tiempo hasta para componer una canción que gane el Festival de Eurovisión. Pues, ni los indecisos reflexionan. Siguen atrapados en su perpetuo bucle del día de la reflexión, que es más largo que el día de la marmota.
¿Ha visto usted alguna vez a alguien que reflexione el día de la reflexión? Pero reflexionando de verdad, con sudores de reflexión, como si se doblase haciendo abdominales.
¿Sí? ¿Una vez vio usted a uno que reflexionaba durante la jornada de reflexión? ¿De verdad? ¿No estaría dormido y, al verlo tan ensimismado, a usted le pareció como que el irreflexivo reflexionaba?
O, tal vez, era un reflexionador compulsivo y no reflexionaba por estar en la jornada de reflexión, sino por hábito. Pero, bueno, en cualquier caso, de existir, esa persona se sentirá muy sola en su reflexión electoral. Es el último espécimen de su especie. Ya no podrá reproducirse.
Desengáñese, habitualmente, aquí no se reflexiona, aquí se vota sin anestesia y por eso pasa lo que pasa.
¿Cómo se va a reflexionar en un país en el que la campaña electoral comienza en el mismo instante en el que se abren las urnas y se cuentan los votos de la anterior? ¿Cómo se va a reflexionar durante las 44 horas de reflexión de un país en el que la ley prohíbe hacer propaganda oral, es decir, pedir el voto hablando, pero no prohíbe pedirlo por escrito y por eso las 44 horas de reflexión están llenas de banderolas que piden el voto, de pancartas que gritan ¡vótame!, de vallas forradas de siglas, de radios y televisiones y medios informativos digitales atiborrados de noticias partidistas y partidarias.
Y, encima, durante el exagerado montón de horas que la ley reserva para la reflexión es cuando más mensajes revolotean en el éter, porque los partidos políticos apuran hasta el último segundo del viernes para seguir pidiendo el voto. No se puede dar mítines, no se puede repartir propaganda a mano, pero si está colgada de las farolas no pasa nada. Y si el vídeo está colgado en Internet, tampoco.
Con el suelo alfombrado de octavillas no se podría reflexionar ni aunque se quisiera.
Pero la jornada de reflexión no está mal. El sábado es un día perfecto para muchas cosas. Y la mañana del domingo, ni le cuento. Y reflexionar no es de las que más cansan. Es mucho más aburrido lavar el coche.
Lo que está malamente es el nombre que le han puesto. Si en vez de llamarla ‘jornada de reflexión’ se le llamase ‘día y pico de descanso’, no habría contradicción entre lo que dice la ley electoral y lo que hace la gente. Además, el fin de semana suele sonar a descanso. La ciudadanía aprovecha el sábado y el domingo para distraerse. Incluso hay personas que están deseando que llegue el fin de semana para dejar de reflexionar.
Aunque todos descansaríamos muchísimo más si en vez de poner una jornada de reflexión o un día de descanso, directamente se suprimiese esa asignatura y la campaña de mítines y besuqueos durase 44 horas menos.
Es más, lo ideal sería pasar directamente de la pegada de carteles, del ‘pistoletazo de salida’, que dicen los amigos de tópico, a las urnas. De esta forma, la campaña electoral duraría dos días escasos: desde las 00:00 horas del sábado a las 20:00 horas del domingo. Y así, el electorado tendría 4 horas y 363 días (364 los años bisiestos) para reflexionar a su gusto ya todo seguido.