"La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana". Lo dijo Napoleón Bonaparte y El Gran Corso tenía razón. Los resultados de las elecciones del domingo lo han vuelto a evidenciar.
¿Quién es el padre de la derrota del Partido Popular en Extremadura y fuera de Extremadura? Nadie parece conocerlo con certeza, más allá de la obviedad de que el pueblo es soberano, que lo es, y vota a quien se le antoja.
Llegado el momento de concurrir a unas elecciones, el poder suele ser una peana que agranda la imagen del candidato. Pero ojo, la resalta tanto para bien como para mal. Así que, cuando vienen mal dadas, estar en el poder es ocupar una plataforma de mucho riesgo, pues es más fácil recibir golpes en el pin pan pun electoral.
Y estas elecciones, venían mal dadas para el PP. Existe un descontento general en la ciudadanía que tiene su origen tanto en la crisis como en las medidas que se han tomado para reconducir la economía a la senda de la ortodoxia. Medidas que se han aplicado sin anestesia. Y con dispensar calmantes no basta.
Cierto es que el PP no originó la crisis, pues no gobernaba cuando estalló la burbuja inmobiliaria y se cometieron otros desatinos. Pero le ha correspondido aplicar las medidas correctoras, que están siendo muy dolorosas y que, fundamentalmente por imposición europea, han recaído y siguen recayendo sobre la parte más débil de la sociedad.
Cuando el naufragio español parecía inevitable sonó con estruendo en Bruselas la voz de Angela Merkel: “Mariano, tu deuda y mis bancos primero”. Y en esas seguimos.
Pero los bancos no votan. Ni los bancos alemanes ni tampoco los bancos españoles. Votan las personas. Unas personas que han visto cómo las entidades financieras españolas, en buena parte responsables del desaguisado económico, eran puestas a flote con el dinero de todos y ni siquiera daban créditos a los ciudadanos, a los autónomos y a las pequeñas y medianas empresas. Un electorado que se quedaba sin empleo y al que casi no le ha llegado todavía la brisa de la recuperación. La macroeconomía mejora, décima a décima. Lo dicen todos los datos. La microeconomía, la economía doméstica, familiar y personal, no entiende de décimas. Cuando se tienen los bolsillos fríos, las décimas no calientan. El paciente necesita realidades mucho más contundentes. Y no las ve todavía.
A todo esto hay que sumar los casos de corrupción vinculados al PP. Al contrario de lo que ocurre con el PSOE en Andalucía, donde parece que la distracción del dinero público beneficia a muchos, en el resto de España sólo enriquece a unos pocos. Así que sin empleo, sin crédito y viendo el tren de vida de Bárcenas y demás imputados, es muy complicado tener paciencia.
Y si todo ello no fuese suficiente, a gran parte del electorado no le ha convencido la prédica popular. Acertar es muy difícil, salvo que perjudique y una mala comunicación perjudica muchísimo. A Mariano Rajoy no le ha llamado Dios por el camino de la credibilidad. Ni siquiera cuando dice que el PP debe mejorar su comunicación. Ni tiene vocación para ello ni parece estar rodeado de profesionales que se la inculquen. El plasma sanguíneo salva vidas, el plasma de la ruedas de prensa puede causar mucho daño.
Y encima, los adversarios también juegan. Y lo saben hacer bien, aprovechando su momento. A veces basta con tener paciencia para ganar, pues cuando el año es de mucha leche, hasta los chivos la dan.
José Antonio Monago no se parece a Rajoy en nada y se ha mostrado siempre como una persona mucho más cercana que el presidente del Gobierno de España. Pero no le ha servido. La impopularidad de los populares también le ha afectado a él. Fernando Manzano, número dos del PP extremeño, habla de un tsunami lanzado contra el PP. Siempre es difícil luchar contra una ola gigante, pero si te enfrentas a ella a pecho descubierto, todavía es peor. Huir, esconderse detrás de algo o de alguien, aterrizar en paracaídas, no mojarse… parecen modos muchos más seguros para sobrevivir.
Y la ola ha tenido un objetivo clarísimo: derribar al PP, desalojarlo de las instituciones. Todos los partidos, grandes, pequeños y medianos, centenarios y recién constituidos, enemigos y afines, se habían marcado el mismo objetivo: bajar al PP de la peana. Y, en buena parte lo han conseguido.
Al PP extremeño le han fallado esta vez sus cimientos, las raíces de su fortaleza, los grandes municipios. En los tiempos en los que el PSOE de Ibarra y de Vara lograba mayorías absolutas abrumadoras en la Asamblea de Extremadura y era dueño y señor de las dos diputaciones provinciales, el PP gobernaba con holgura en las ciudades con mayor población. Hasta repetía una y otra vez las mayorías absolutas. Eran su tabla de salvación. Esa situación ha cambiado bastante tras estas elecciones en Badajoz, en Mérida, en Cáceres, en Don Benito, en Zafra…
¿Qué ha ocurrido? ¿Que en algunas de esas ciudades ha habido cambios de nombre en la cúspide de la candidatura? ¿Qué en otras no los ha habido? En este momento no tengo una respuesta que me convenza, pero intuyo que ahí, en los municipios en general y en los más poblados en particular, está la vía de agua que ha hundido al PP extremeño.
Parte del voto no popular que llegó al PP en el 2011, con el efecto Zapatero, ha regresado a sus orígenes: la izquierda. Y parte del voto de centro-derecha ha cambiado de siglas o no ha llegado a las urnas. Al final, los pequeños partidos locales se han comportado como minas contra buques y han agujereado el casco parlamentario del PP.
Pero de cualquier fracaso pueden sacarse aspectos positivos, y de este fracaso popular, también. Si hay en Extremadura un partido político que sepa sobrevivir en la oposición, ese es el PP. No desaparecerá, como desapareció la UCD. Es más, el PP extremeño sabe mucho más sobre cómo vivir en la oposición que de cómo sobrevivir en el poder.