¿A quién quieres más, a mamá o a papá? El viejo dilema que tópicamente se le plantea a la infancia es un juego, de niños, lógicamente, comparado con el que deben afrontar muchos dirigentes políticos después de elecciones como las que acaban de tener lugar en España.
¿A quién quieres más, al cargo o al electorado?
Comprendo que resulte muy difícil tomar una decisión y sentirse a gusto con la decisión que se ha tomado. Se convence al electorado para acceder al cargo y se accede al cargo para convencer al electorado.
Pero la mayoría de las veces no se pueden hacer las dos cosas al mismo tiempo y hay que quedarse con las duras o con las maduras.
Y ahí entran en juego la coherencia, la solidez de criterios, la ética, el instinto político, la debilidad y muchos más factores.
Quien renuncia al cargo, de algún modo traiciona a su electorado, que le votó para que ejerciese el poder. Si no desde el cargo, al menos desde sus aledaños.
Pero quien renuncia al electorado le traiciona sin atenuantes y se traiciona a sí mismo, abriendo una brecha insalvable entre su prédica y su conducta.
En un sistema electoral con circunscripciones unipersonales y elecciones directas de alcaldes y de presidentes, el dilema casi no se plantea.
Y lo mismo ocurre en sistemas políticos en los que las elecciones constan de dos vueltas, pues la segunda aparta de la carrera electoral a las minorías y pone de manifiesto los pactos previos a la ulterior votación, evitando cualquier posibilidad de engaño.
Pero en un sistema como el español, con listas cerradas y bloqueadas, con elección indirecta de alcaldes y presidentes, con circunscripciones pluripersonales, sin segunda vuelta y con posibilidad de llegar a pactos y de romperlos durante todo el mandato o toda la legislatura, el riesgo de vender al electorado por unos miles de euros es demasiado grande para sortearlo y salir indemne de la tormenta de las traiciones.
Como es legal y quien traicionó a sus votantes siempre podrá argumentar que hizo lo que consideró más beneficioso para su electorado, para su ciudadanía, para su municipio, su provincia o su región, a quien entrega su cuota parte de soberanía en la papeleta del voto y se considera víctima de la traición sólo le cabe la posibilidad del pataleo, de aguantarse y de pensárselo mejor en las elecciones siguientes.
En este país, quien resiste gana, pues a fin de cuenta, el cargo tiene fecha de caducidad y el electorado no la tiene.
Pero que le quiten lo bailado a quien lleva traicionando a su electorado desde que hizo la primera comunión y ahí sigue, vigilando el buen comportamiento de los demás.