Estamos tan acostumbrados a las desgracias ajenas que ya casi no sentimos nada cuando por televisión nos presentan una imagen impactante, nos revolucionamos un poco, estamos cuatro o cinco días, a lo sumo una semana, hablando sobre el tema y después, si te he visto no me acuerdo; no creo que haga falta refrescar la memoria porque últimamente son muchas las imágenes de este tipo que entran en nuestros hogares.
Ellos, los protagonistas de estas historias, no se lo merecen, ellos, los más vulnerables, ellos los más necesitados, ellos los más pequeños son los que están viendo marcado su futuro, porque no es como muchos dicen: “no, si solo les influirá en el ahora, el mañana cambiará para siempre”. ¿Te parece poco? ¿Solo les influye el ahora? Pues lo siento mucho, pero ya me gustaría ver a muchos de esos que dicen frases tan desafortunadas en una situación como ésta, ¿qué haríais?
Unos tendrían que estar durmiendo plácidamente en sus cunas, jugando en su parque o con el correpasillos tirando algún adorno de la casa; deberían pasear en sus cochecitos arropados con sábanas limpias, con ropita oliendo a suavizante, mecidos por las blancas manos de sus madres. Otros deberían estar dando patadas al balón, echando alguna lágrima cuando su madre le levanta para ir al colegio; deberían cantar las tablas de multiplicar y dar riendas sueltas a la imaginación con algún libro. Luego están los que tendrían que estar formándose para un futuro no lejano, pensando en a qué les gustaría dedicarse; deberían pasar horas en sus mesas de estudio frente a los apuntes del día. Y así, en cada una de sus etapas, ellos, deberían ser los que son, niños.
¿Pero qué ocurre? Que no están siendo lo que tendrían que ser. No duermen plácidamente, sino en el suelo, bajo unas lonas, pendientes de las inclemencias del tiempo y de la maldad del hombre. No pasean en un cochecito si no que deambulan en los brazos de sus padres, en los que se sienten protegidos. Su ropa no está seca y mucho menos limpia. No pueden mirar hacia un futuro con claridad, solo piensan en el día a día, en el hora a hora, en el instante, porque no saben si al siguiente paso que den estarán vivos.
Pero una cosa si hacen, jugar en su mundo ajeno a lo que ocurre a su alrededor, rodeados de una inocencia que muchos deberíamos seguir teniendo. Son niños y solo ellos saben abstraerse del horror que están viviendo. Para ellos cada kilómetro hacia una nueva vida es el capítulo de ese libro que otros niños leen en el sofá de su casa imaginando qué pasaría si fuera real. Con algo de papel fabrican su propio balón al que le dan una y otra vez patadas simulando ser Cristiano Ronaldo o Messi, hasta que por arte de magia llega un balón a sus manos y se vuelven locos, como es normal, son niños.
Ellos son los que están pagando el horror de este sinsentido, el horror de esos que ni siquiera saben qué es lo que quieren, esos que se están cargando poco a poco su país, su historia, sus vidas. Y, como no, están rompiendo la vida y el futuro de los demás, porque ¿qué les espera a los miles de desplazados? Ojalá y todos puedan rehacer sus vidas como en su día lo hicieron nuestros vecinos, familiares y amigos. Ojalá pueden llegar a sus destinos sin el drama que están viviendo en ciertas fronteras (merece otras letras a parte)
Todo está cargado de ojalá..., todo tiene tintes de horror mezclados con esperanza, todo, todos, esperamos que ese ojalá se convierta en realidad. ¿Por qué somos tan egoístas?