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SOPA DE CONCIENCIA

In-movilizados y asociales

30 de Septiembre | 11:26
In-movilizados y asociales
Hipnotizados por la pantalla igual que por una llama en medio de la oscuridad, vagan absortos sin prestar atención al tráfico, a las demás personas o al entorno más inmediato. Quizás la generación de idiotas de la que hablaba Einstein ha llegado en forma de usuarios en red, perdiendo paulatinamente su humanidad y convirtiéndose en una comunidad de ciber-yonquis.

La creación en 2009 de la primera aplicación móvil de mensajería multiplataforma, WhatsApp, abría una nueva era en la comunicación. Desde marzo de 2013, cuando WhatsApp Inc. lanzó su versión para el sistema operativo Android, han aparecido diversos competidores (Line, Telegram, Viber, Hangouts, etc.) que incluso han implementado las posibilidades del primero. Estos servicios de mensajería instantánea cuentan con múltiples bondades como el envío y recepción de texto y cualquier archivo multimedia, la posibilidad de hacer grupos y hablar con varias personas a la vez, compartir enlaces y por supuesto, hablar por turnos sin pagar una tarifa de voz. El éxito de estos servicios ha sido meteórico, pero los problemas de dependencia y control de los usuarios sobre los demás, también.

Es un hecho que el uso de estas aplicaciones ha causado estragos en la comunicación en vivo de los usuarios. La constante consulta del teléfono móvil, el intercambio masivo de información y la dependencia a éste generan ansiedad, malestar general, enfado o inquietud, negación, ocultación y/o minimización del problema, sentimiento de culpa y disminución de la autoestima, según relevan diversos estudios universitarios e informes de instituciones médicas sobre nomofobia. La nomofobia (no-mobile-phobia) nace de un problema de autoestima y relación, la inseguridad personal y la naturaleza complaciente de algunos usuarios los llevan a ser esclavos absolutos de las aplicaciones de mensajería y las redes sociales.

El hecho de no tener otras actividades de ocio que no sea relacionarse virtualmente mediante el móvil  genera dinámicas de adicción y finalmente termina por convertirse en la única actividad del día. Los especialistas en adicciones y trastornos mentales advierten que los adolescentes constituyen el rango de mayor riesgo. La adicción al teléfono móvil se ha convertido en una de las principales causas de accidentes de tráfico y ocasiona fenómenos como el denominado Síndrome de las vibraciones fantasmas (sentir vibraciones del teléfono móvil cuando no se han producido debido a la necesidad de revisar constantemente las notificaciones de las aplicaciones o las redes).

El progresivo aislamiento de los usuarios dependientes de las nuevas tecnologías ha conducido a comportamientos descorteses en las reuniones sociales en vivo.  La focalización continua de la atención en las notificaciones móviles lleva a millones de usuarios a ignorar a las personas con las que se ha citado. Este desprecio generalizado prioriza responder a los mensajes recibidos por el móvil (sms, mms, redes sociales, mensajería multiplataforma, etc.) antes que a las persona que tiene en frente, cara a cara. Este tipo de comportamientos, denominado phubbing (phone - snubbing), consiste en despreciar a alguien que está junto a ti por mirar el móvil constantemente. Es resultado de la dependencia virtual y la necesidad de complacer cualquier intercambio. El phubbing genera, además del esperable deterioro de las relaciones sociales, interrupciones y ruidos en conciertos, teatros, proyecciones de cine e incluso en centros educativos y congresos de investigación.

La frustración del intercambio comunicativo en vivo, lo que muchos llaman “encuentros 1.0” frente a las relaciones virtuales o “encuentros 2.0”, constituye una de las principales causas de la incomunicación en reuniones grupales. Este fenómeno de mala educación está tan extendido a nivel global que a partir de la iniciativa de Alex Haigh (www.stopphubbing.com) en agosto de 2012 se han multiplicado las iniciativas en contra de esta práctica que incentiva la incomunicación.

Cuando hablamos de incomunicación nos referimos a las interferencias involuntarias, a la falta de voluntad por comunicarse debido a criterios o preferencias diferentes, a la mediatización de la comunicación y a la soledad resultante del refugio en las nuevas tecnologías. La paulatina sustitución de los lugares públicos como lugar físico de encuentro por salones virtuales está creando una cultura individualista que rehúsa de la totalidad de las relaciones sociales. Aunque miles de usuarios creen estar en contacto de modo integral con las personas con las que se relacionan por internet, debemos recalcar las diferencias de esta socialización:

Las conversaciones en vivo son un continuum apoyado en el lenguaje verbal y paraverbal, el chat es un intercambio por turnos que puede ser prorrogado arguyendo cualquier explicación que el otro tiene que creer a ciegas. En la escritura, a pesar del trasvase de ciertas características propias de la oralidad, no hay entonación ni expresión corporal o facial. Las emociones tratan de ser expresadas mediante emoticonos o stickers.

Las conversaciones virtuales deben recrear (imaginar o construir a partir de la información disponible) el contexto comunicativo en el que se enmarcan las palabras de su interlocutor. La falta de información suele alterar el contexto y con frecuencia se llega a choques contextuales que conducen a malentendidos o al fracaso comunicativo.

En las redes y en las aplicaciones de mensajería multiplataformas establecemos contactos solo a partir de una coincidencia, tener un contacto en común o el número de teléfono. Esto genera conflictos relacionados con la invasión de la intimidad y dinámicas de periscopismo (observación de la vida social sin participar en ella desde el anonimato).

Cualquier persona puede abrir un perfil con el nombre de otra (phishingsuplantación de identidad) y a menos que su interlocutor conozca información privada y la utilice como comprobación de identidad es imposible detectar la veracidad del perfil.

El uso de los avatares oculta el verdadero rostro de nuestro interlocutor: el alma, el instrumento de expresión intencional y emocional de las personas. Las relaciones sociales virtuales producen una disociación entre el rostro (desconocido e imaginado, o sencillamente ausente) del otro usuario y la imagen que nos hacemos de él.

¿Qué sentido tiene que un grupo de personas se reúna físicamente para ignorarse de mutuo acuerdo al estar hablando con terceros que no están presentes? No se trata de una paradoja comunicativa, es un modo de descortesía (mala educación) que desgraciadamente se ha extendido.



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