La salida del prelado polaco Krzystof Charamsa del armario, admitiendo públicamente su condición de homosexual – en un acto a la vez hermoso y reivindicativo, no pidiendo “compasión” por su orientación sino defendiéndola con orgullo y reclamando a la Iglesia humanidad y humanismo – ha sido, digamos, espectacular, muy espectacular:
No solo por comparecer ante los medios con su alzacuellos o por hacerlo la víspera de un importante sínodo eclesiástico donde se va a hablar de familia y familias, ni tan siquiera por tratarse de un destacado teólogo, profesor de universidad católica e incluso cargo importante en la Curia (porque curas gais han salido del armario, pero no en el Vaticano mismo) sino por reconocerse gay manifestando que ésta es natural y que no ofende a su dios y todo ello junto a su compañero, su pareja, con la que lleva un tiempo viviendo. Más allá del morbo, reconozcan ustedes que es una puesta en escena soberbia.
A mí me ha emocionado. Lo reconozco. Fue un acto sencillo, emotivo y pleno de rebeldías. Porque toda salida del armario - cada vez que se hace añicos un armario donde uno ocultaba algo tan propio, tan vital... tan natural como su sexualidad - es rebeldía en estado puro.
La posición oficial de la Iglesia respecto al celibato, los distintos tipos de familia, la sexualidad o el papel de la mujer simplemente debe cambiar drásticamente, a menos que está institución quiera seguir languideciendo viendo como a sus misas no acude ni el gallo mientras tiene que buscar debajo de las piedras gente con vocación y ganas de ponerse un alzacuellos. Es curioso, hablando de celibato, que buena parte de los llamamos apóstoles estuvieran casados, que Jesús tuviera hermanos y hermanas – hijos de María y José, leemos expresamente en los Evangelios – y que hasta bien entrada la Edad Media los sacerdotes, obispos, cardenales vivieran en los primeros tiempos de los cristianos con sus esposas y después, emparejados. Hijos de Papas abundan en la historia. Claro que, muy hipócritamente se llaman sobrinos de Papas y Cardenales. Muchos sobrinos.
Pongamos también que hoy pocos son los curas que viven en el estricto celibato – sean heteros, bi u homosexuales... Muy pocos, se lo digo yo. Añadamos igualmente que durante demasiados siglos toda nuestra moral ha girado en torno al sexto mandamiento (ya saben, aquel de “no fornicarás ni cometerás actos impuros”), una suerte de moral “sextocéntrica” absurda que engendra represión y reprimidos.
Entre los cristianos de base hay importantes colectivos de cristianos gais y lesbianas. Creyentes que consideran compatible su religión con su forma de vida. Seguramente para muchos de ellos el prelado Charamsa se haya convertido en un apóstol que, quién sabe, tal vez logre con su ejemplo abrir la senda para que todos los armarios del Vaticano se hagan astillas. Por el momento ha sido expulsado. Se ve que en el Paraíso no caben las personas buenas.
