No portaba una trompeta dorada con la que arengar al noveno coro de ángeles, no tenía alas (al menos que se le viesen), era anónimo y vivía en un barrio cualquiera, pero tenía dentro de sí el mejor regalo que pudiera hacer a otra persona, más aún si no la conocía. Siempre lo tuvo claro y aunque veces dudaba sobre si habría o no un más allá, pensó que en la aduana del cielo debería dejar sus órganos para entrar.
Decía Horacio que la pálida muerte pisa con el mismo pie las casas de los pobres y las torres de los reyes, pero no le intimidó la idea del careo con la gélida dama. Resuelto y sin tener claro si se trataba de un paseo por el trigal elíseo, por la gloria vaporosa, por la ciudad dorada o simplemente se enceraría de fría rigidez hasta descomponerse, donó sus órganos. Algunos lo hicieron por seguir viviendo de algún modo en otros cuerpos, otros lo hicieron por el “hoy por ti, mañana por mí, porque nunca se sabe”, pero su razón no era otra que la voluntad de seguir viendo la sonrisa de pequeños que esperan una cola que a veces no avanza -.
La gente muere pidiendo por caridad un recambio para su bomba de achique, para su fuelle de chimenea, para su filtro de desagüe, para el sifón del baño o para su cafetera eléctrica. Los trasplantes son la esperanza de miles de personas que por enfermedad o por accidente corren riesgo de muerte si no les cambian el órgano que ha dejado de funcionar. La mayor parte de la población no se plantea donar órganos, tejidos, sangre del cordón umbilical o médula a menos que un ser querido tenga un problema que requiera de trasplante, principalmente por serle ajena una realidad tan cotidiana como la muerte por espera.
Traducida a números, la cuestión es sencilla. Si la población aumenta y el número de donantes se mantiene o disminuye, las colas para recibir un trasplante cada vez serán más largas y por ende, las posibilidades de encontrar un donante compatible serán menores.
¿Qué sentido tiene llevarte tus órganos a la tumba o a la incineradora? ¿
Caro data vermibus? Es una cuestión educacional que repercute directamente en nuestra moral. Eduquemos a nuestros pequeños para ser solidarios, para que compartan no solo lo material, sino lo irremplazable (la propia vida). ¿Qué piensas que siente una persona que espera un trasplante que no llega?
Soledad y decepción, empatía y necesidad. Como bien afirman los responsables de la Organización Nacional de Trasplantes (
ONT) “los trasplantes alargan la vida, pero sobre todo añaden vida a los años”. La calidad de vida de una persona que necesita un trasplante va empeorando a medida que pasa el tiempo, reduciendo la “normalidad” de sus rutinas.
Afortunadamente, en España el número de trasplantes y de donantes encabeza las listas globales desde hace 25 años. El pasado 13 de enero de 2015, el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad publicó el balance de actividad de la ONT durante 2014 en el que se detallaba que España revalidaba el récord mundial con 1.682 donantes, 4.360 pacientes trasplantados (2.678 trasplantes renales, 1.068 hepáticos, 262 pulmonares, 265 cardíacos, 81 de páncreas y 6 intestinales) y una ratio de 36 donantes p.m.p..
Algunos héroes agónicos dejaron vida, y no muerte, tras su marcha, haciendo el gesto más noble de despedida que alguien puede hacer por otro. Sin embargo, otros pudieron contemplar los ojos vivarachos y recuperados de las personas a quienes donaron porque eran compatibles y decidieron hacerle el regalo de su vida, seguir viviendo y además bien. No podemos fabricar la sangre y los órganos no crecen en los viñedos o en las alamedas.
Ruego a los lectores que tomen conciencia de la carnicería que se comete con los indigentes que matan para desguazarlos como una motocicleta vieja y vender sus piezas al mejor postor que las necesite. La combinación de grandes fortunas, inhumanidad y necesidad ha llevado a algunas mafias a lucrarse mediante el negocio del mercado negro de órganos, tan presente en la web profunda (Deep Web).
La legislación vigente garantiza que las donaciones sean altruistas, voluntarias, anónimas y sin ánimo de lucro, con los objetivos de que todo el mundo tenga las mismas oportunidades de ser trasplantado, que no se convierta la solidaridad en un negocio y que nadie se obsesione persiguiendo a la persona que tiene un órgano de su ser querido fallecido. A pesar de la maldad inherente a parte del ser humano, hay mucha gente que se levanta cada mañana preguntándose cómo ayudar a los demás, cómo ayudarlos de verdad y no en algo banal.
Deje una ranura en su cartera para una tarjeta muy especial que no tiene chip, ni banda magnética, ni la seguridad de si le abrirá las puertas del más allá que usted elija. Se trata de un trozo de plástico glaseado que activa la mayor fuente de energía del universo, la risa, ese acelerante contagioso de efectos incontrolables para la muerte.
Porque allá, donde moren los recuerdos de quienes fuimos y quienes fueron los que quisimos, seguramente habrá un podio de honor para los que se entregaron por entero en vida y detrás de ella. Y si no lo hay, la buena conciencia de cada uno se encargará de enarbolar las más bellas gestas de amor por quienes ni siquiera conocieron y a quien le dieron oportunidad y risas. Si eso no es tu idea de ángel, es al menos nuestra idea de héroe.