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SOPA DE CONCIENCIA

El 4º mundo: el resultado urbano de la polarización económica

5 de Noviembre | 19:25
El 4º mundo: el resultado urbano de la polarización económica
La pobreza es uno de los problemas atemporales de los asentamientos humanos desde que tenemos constancia. Con el paso de los siglos, las clases más favorecidas han oscilado desde el centro a la periferia dependiendo de la ubicación de los edificios neurálgicos y de las condiciones de salubridad.

Es un hecho que los ricos siempre han intentado mantener lejos de sus propiedades a los pobres, una distribución por clases que esencialmente se lleva a cabo sobre el plano de la ciudad a partir del valor del suelo y los inmuebles. El mayor problema a la hora de distribuir los suelos y mantener a la población desfavorecida separada del resto para que no se devalúen los terrenos colindantes, está en cómo establecer dichas fronteras. Habitualmente se ha recurrido a lindes físicas (naturales o artificiales) que servían de claros indicadores para delimitar zonas o a grandes áreas de escampado. El objetivo es sencillo: evitar que las zonas fueran heterogéneas desde un punto de vista económico o al menos que la diferencia entre rentas no fuera excesiva.

Hoy en día, las circunvalaciones para el tráfico rodado, las vías de tren y los vacíos urbanísticos hacen ese trabajo en la periferia. Pero, ¿cómo se organiza la ordenación urbana para mantener separados a los pobres de los ricos? Lo que puede parecer simple coincidencia es un plan estratégico que alimenta la polarización económica de forma continua.  Si no tenemos en cuenta la dispersión de los cientos de indigentes solitarios que deambulan por nuestras calles y atendemos a las concentraciones de pobreza aguda (barrios e incluso sectores completos de una ciudad) o pobreza extrema (asentamientos chabolistas), podemos descubrir los indicadores antes mencionados. El denominado “cuarto mundo”, por Joseph Wresinski en la década de 1970, hace mención a los sectores desprotegidos que viven marginalmente en condiciones precarias. Son zonas muy pobres y desatendidas en las que su población se ve excluida de los progresos sociales y de la participación en la vida asociativa, religiosa, política, cultural, etc., de sus sociedades.

La falta de inversión económica para reinsertar a esa parte de la sociedad genera la necesidad de buscar o mantener alternativas de supervivencia, como la mendicidad o la delincuencia. Es entonces cuando comienza a perpetuarse, mediante un ciclo que se retroalimenta, la precariedad y la exclusión social. Es lógico que el resto de la población rehúya de ambientes conflictivos debido a los robos, a la violencia y al hacinamiento de residuos cerca de estos asentamientos. Sin embargo, este sector olvidado de la población, no solo se convierte en un problema para el resto de la sociedad, sino que a veces termina por dinamizar actividades ilegales como el mercado negro o el menudeo de droga. Parte de la población de estos asentamientos intenta sobrevivir con ayudas de la beneficencia, con trabajos eventuales y sin delinquir.

Los niños y los ancianos son los más afectados por las condiciones de insalubridad, la falta de alimento, de cobijo y de medicamentos. Muchos de estos asentamientos de uralita, cartón y neumáticos sobre el techo están situados en las inmediaciones de los vertederos, de los cementerios, de las industrias, de las vías del tren o de los canales de riego. Se trata de tierras devaluadas, no calificadas o no aptas para la construcción, debido a la polución del aire, a tabúes relacionados con la muerte, al peligro de ser atropellado o morir ahogado por una riada, respectivamente. Las nefastas condiciones ambientales, sumadas al déficit alimenticio, a la falta de acceso al agua potable (para beber y asearse) y a la asistencia médica, hacen que la esperanza de vida se reduzca drásticamente. Todo ello sin tener en cuenta la peligrosidad de entornos en los que las mafias extorsionan al vecindario y se producen continuos enfrentamientos físicos.

Cuando hablamos de polarización económica nos referimos al desequilibrio del reparto de la riqueza y el progresivo crecimiento inversamente proporcional de estas desigualdades. Un país como España donde el 1% más rico de la población concentra más riqueza que el 70% más pobre, como detalla Intermon Oxfam en su informe “Riqueza: tenerlo todo y querer más”, tiene un serio problema que contradice frontalmente la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el propio concepto de interés colectivo recogido en la Constitución.  

Uno de los principales problemas del cuarto mundo es la invisibilidad mediática y el poco impacto que tiene en los organismos encargados de los presupuestos. Mientras sigamos viendo como gasto, en lugar de inversión y ejercicio de humanidad, el rescate de estas personas, no se solucionará el problema y seguirá aumentando en número y en extensión territorial, con sus consecuentes riesgos. Los pilares fundamentales para la recuperación y la inserción social y laboral son la educación y la formación que conduzcan al empleo, un mercado laboral capaz de absorber a esos profesionales y unas condiciones de alquiler o compra de inmuebles accesibles a su poder adquisitivo. Por lo demás, igual que se riega, se abona y se endereza el tallo joven que brota en el mantillo nuevo, es necesario velar por la continuidad y el cumplimiento de dicha inserción; siempre sin coartar la liberad individual y cumpliendo la legalidad de las actividades.

Las soluciones las sabemos, pero ¿por qué no lo hacemos? ¿Se trata de una cuestión económica o de merecimiento? Un tema delicado del que todos saben algo y nadie termina abordándolo con cambios estructurales e inversión en materia de trabajo social. A veces las promesas electorales me recuerdan a la célebre cita de Fiodor Dostoievski cuando decía: “Amo a la humanidad, pero, para sorpresa mía, cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran las personas en particular”. Más ayudar y menos palabras, que al final el ejercicio político no ayuda a las personas, parece ayudar al ennoblecimiento del lenguaje (y a su vez de la hipocresía).



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