Este pasado domingo la ultraderecha en Francia se ha alzado con el 30% de los votos en las elecciones regionales y se ha convertido en la primera fuerza política. Por detrás, la derecha autoritaria de Sarkozy y en la debacle, el partido socialista de Hollande, que parece no haber rentabilizado su apuesta por extender la guerra en Siria y la mano férrea. Digamos a este último respecto que cuando la izquierda quiere competir con la derecha empleando su mismo lenguaje y valores, sencillamente pierde votos.
Que el partido de Le Pen, hija y Le Pen, sobrina - una formación de corte familiar donde los puestos se los reparten dos generaciones del viejo nazi Jean Maria Le Pen y sus cuñados, primos y primos de cuñados – haya pasado de apenas el 5% de los sufragios a ser la primera fuerza política en el país galo es preocupante, más aún, es trágico, especialmente en una República Francesa donde cuajaron ya en el siglo XVIII la divida de Igualdad, Fraternidad y Libertad, los Derechos del Hombre y de la Mujer y los valores de la Tolerancia, la Laicidad y el LibrePensamiento.
Los recientes atentados en París han espoleado al caballo del miedo y el jinete que lo monta siempre es el autoritarismo, la ultraderecha o el nazismo, ya en su versión más extrema. Miedo al otro. Miedo al diferente. Miedo al mestizaje. Miedo a la libertad.
Una sociedad presidida por el miedo no es libre. Cuando nos dicen que tenemos que elegir entre “seguridad” y “libertad” tened por seguro que careceremos de lo uno y de lo otro. Como ya escribiera en estas mismas páginas, si tras la acción terrorista en la Capital de la Luz nuestra opción va a consistir en sacrificar los derechos humanos y los valores laicos y pacifistas, sencillamente el terror del ISIS habrá ganado.
Hace 75 años los tanques de Hitler desfilaban bajo el Arco del Triunfo de París y ocupaban medio país, mientras en el otro medio se instauraba el Régimen de Vichy, un gobierno títere de los nazis. Los campos de concentración jalonaron el territorio e incluso París estuvo a punto de ser volada por los aires al final de la guerra: el Louvre, Montmartre, la Tour Eiffel, Notre Dame de París, Le Panthéon, la Basilique du Sacré-Coeur... Todo se hubiera perdido. Miles de parisinos se dejaron la piel en la Resistencia a los invasores y proclamaron al final de la guerra un “Nunca Más”... ¿Ya se ha perdido toda esa memoria, ese inmenso y aparentemente inagotable caudal de dignidad?.
Karl Marx decía que la Historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Pero el triunfo de Le Pen no es una farsa, ni una broma de mal gusto aunque lo parezca. Que esa tragedia, que esa derrota de los mejores valores que han germinado en nuestra civilización sea pasajera. Que esa locura en la que han caído los franceses se despeje pronto. Ese es mi deseo, porque todos, también nosotros y cada uno de los europeos, nos jugamos mucho en Francia.
