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Opinión-Editorial

Interesante debate a cuatro

11 de Diciembre | 19:06
Interesante debate a cuatro
Que el debate en política es necesario es algo que no admite ninguna duda, pero en campaña electoral, como es natural, el debate es continuo. Por esta circunstancia, el pasado día siete asistimos a un debate que con toda solemnidad se nos anunciaba como decisivo.

Un debate con cuatro candidatos. Dos de ellos con resultados contrastados y otros dos con potenciales resultados en encuestas. El formato y los protagonistas lo convertían en novedoso e interesante. Y pienso que no defraudó.

El formato, de pié y sin atril, permitió valorar, además de lo que se decía expresamente, la comunicación no verbal de los protagonistas. Se les privó del parapeto tradicional del orador en el que pueden esconderse o disimularse ese lenguaje tan evidente como inconsciente.

Para ser un candidato atractivo hablando en público es necesario comunicar tres cosas: entusiasmo, cercanía y poder. En ese orden. Son tres elementos que deben percibirse tanto cuando se escucha como cuando se observan mensajes, actitudes y posturas. Y no todos los que allí intervinieron los reflejaron con claridad.

Soraya Sáenz de Santamaría mantuvo una actitud tranquila. Solo cuando hablaba movía las manos con soltura. Procuraba no ponerlas nunca cruzadas ante ella e incluso cuando no hablaba las mantenía en descanso a ambos lados del cuerpo. Vestida correctamente, quizá a mi gusto demasiado abrigada, mantuvo en todo momento una actitud espléndida pese al castigo que con seguridad le suponían los tacones y la postura durante dos horas. Fue la única que no llevaba ni apuntes ni chuletas donde consultar los datos, lo que significaba el dominio de los datos y de los temas que se trataban. Su cierre fue espléndido. No olvidó ningún mensaje de los que quería transmitir.

Albert Rivera iba como un pincel. Siempre perfectamente vestido, ya desde el primer momento se le veía nervioso e inseguro. Se alisaba constante un traje ya de por si perfectamente colocado. Cuando no hablaba, bien sus manos o sus brazos se cruzan a distintas alturas, pero siempre ante él. O él tras ellos. Sus repetidos, indecisos e inconsistentes movimientos de pies le hacían inseguro y no transmitía confianza. Comenzó con pretendido sosiego, pero en cada intervención imprimía más velocidad a sus palabras. En el cierre no aportó nada sugerente.

Pablo Iglesias vestía informal y progre, lejos de la imagen que todos tenemos de un pretendido Presidente de Gobierno. La camisa sin americana, un error. Entre focos y nervios, que de ambos habría, hicieron asomar la desagradable y poco estética señal de sudor en las axilas. Se acompañó de bolígrafo –eso sí, barato- para ocupar sus manos y no meterlas en los bolsillos. Sus intervenciones eran agresivas, no ya por la forma de hablar sino por la gesticulación de su rostro. Estático en el escenario tuvo buenos momentos, aunque el pretendido referéndum independentista de 1977 en Andalucía o el trabucarse la lengua con el “House WaterWatch Cooper” deslucieron buena parte de su participación. Su mejor momento fue el último minuto. Lo bordó. Llegó a las emociones.

Pedro Sánchez, vestido sport y siempre sonriente, parecía sacado de su propio cartel electoral. Sus dedos siempre entrecruzados transmitían poca confianza en sí mismo. Su nerviosismo, junto al de Rivera, fue palpable durante todo el debate. Reiterativo en argumentos, quiso que quedara claro su mensaje, agotando al espectador. No aportó nada nuevo en el cierre, recitando consignas repetidas durante la campaña.

Hubo entre ellos, claro está, “pellizcos de monja”, siendo casi siempre el destinatario de los mismos Pedro Sánchez, quien los recibió a la par de Iglesias y de Rivera. Hubo momentos en que parecía que los tres se disputaban el segundo puesto de llegada. Los tres también pecaron de risitas, muecas de sarcasmo, movimientos de negación con la cabeza y comentarios cuando hablaba cualquier otro interviniente. Eso, que es utilizado como intento de desconcentrar al que habla, no ya es efectivo sino que además quita votos, pues significa inseguridad y menosprecio por el adversario, cosa que incluso los propios no dogmatizados, afean y censuran. Un candidato a Presidente debe tener otras formas de debatir y de argumentar.

A modo de conclusión, el debate fue novedoso en las formas aunque el formato a cuatro permite irse por las ramas cuando es necesario sin que se note mucho. Pese a todo, fue interesante, oportuno y mucho más dinámico de lo que hubiera sido un clásico cara a cara.



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