Te quiero, dijo él. Entonces déjame ir, dijo ella. Es que no te quiero tanto, pensó él.
Cada vez es más habitual encontrar parejas que se separan, de hecho el número de divorcios es ya la mitad que el número de matrimonios. Sin entrar en las causas, que pueden ser muchas y variadas, hay parejas que se separan de común acuerdo y mantienen una buena relación. Las hay que aunque acuerden la separación no tienen buena relación después. Y las hay quienes se asoman a la ventana de la separación porque la casa está ardiendo pero no acaban de saltar. Aquí podemos encontrar a una parte más atrevida, la que da un paso, y a otra parte más cobarde, quién no es capaz de imaginar su vida sin su pareja. Esto acabará seguramente en una separación complicada y larga.
A quienes tienen niños les cuesta dar más el paso, porque ellos se convierten en la excusa, cuando no en el caballo de batalla. El caso es que si una parte le dice a la otra que ya no la quiere, lo recomendable, especialmente por los niños, es saltar por la ventana cuanto antes. En contra jugarán los miedos de la parte abandonada, que llegará a suplicar, chantajear, amenazar y ponerse de rodillas en un intento infantil de conservar algo que ya no existe. Y en algunos casos, ya lo sabemos, llegará a utilizar la violencia. Dirá que lo hace por los niños, pero es mentira. La otra parte tardará en decidirse, incluso dará algún paso adelante y otro atrás. Y también dirá en algún momento que le cuesta por los niños. También es mentira. Es por inseguridad, por miedo, por vergüenza, por ignorancia o por no saber cómo hacerlo, pero no por los niños.
De hecho si realmente pensamos en los menores, la parte atrevida debe avanzar con paso firme en el proceso para volver a conseguir cuanto antes un hogar estable. Y la parte abandonada debe facilitar la salida para que los menores puedan tener cuanto antes no uno sino dos hogares estables. Y por supuesto, si no sabe poner una lavadora ni en su vida ha ido a hablar con su tutor, luchar por la custodia no es más que utilizar a los niños como arma contra la pareja. Más daño para ellos.
Los niños necesitan un ambiente saludable y cariñoso en su hogar. Necesitan ver sonrisas y no disputas. Cada vez los profesionales tienen más claro que el apego y el manejo de las emociones inciden directamente en el desarrollo de los menores. Si preguntamos a padres y madres por los valores que quieren transmitir a sus hijos, la mayoría dice cosas como responsabilidad, cultura del esfuerzo, cariño y respeto. Y el caso es que cuando ya no se quiere a la pareja (o cuando tu pareja ya no te quiere), aguantar en el hogar es enseñar a los hijos justo todo lo contrario. Es irresponsable, enseña a huir de los esfuerzos, no fomenta el cariño, y desde luego no es nada respetuoso. Si uno no se respeta a sí mismo cómo le va a pedir a los demás que se respeten. En realidad suele ser una excusa para no acabar de dar un paso que está medio dado, para no aceptar la realidad. Porque una vez que piensas en un elefante amarillo, el elefante no se va de tu cabeza con facilidad. El camino está ya iniciado, y sólo es cuestión de tiempo seguir dando pasos. Lo malo, lo triste, es que esa indecisión está haciendo más infelices a todos los miembros de la familia, y en especial a los menores.
Hay que enseñar a los niños a querer, y también a dejar de querer. Hay que enseñarles a adaptarse a los cambios, a afrontar las dificultades y a superarlas. Hay que enseñarles coherencia, sinceridad, no hipocresía, hay que enseñarles dignidad. Y sobre todo hay que protegerlos de ambientes forzados y tensos, porque lo mejor para su desarrollo es fomentar un hogar donde las sonrisas sean el canal de comunicación habitual.
Yo soy un bombero que te espera abajo con una escalera y un colchón. Y también están aquí otros profesionales, y tus familiares, y tus amigos. Mucha gente para echar una mano. Pero si no saltáis no podemos ayudaros y sólo quedará llamar a la funeraria o a la guardia civil.
Y si no lo haces por ti, hazlo por los niños.