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Opinión-Editorial
SIN PROPÓSITO DE ENMIENDA

El pan nuestro de cada día. In memoriam de Alan

28 de Diciembre | 12:16
Este pasado sábado recibíamos la noticia de la muerte de Alan, un joven de 17 años, quien no ha podido soportar más las humillaciones, los insultos y el desprecio en la escuela por su condición de transexual.

Alan fue uno de los primeros jóvenes en lograr cambiar su DNI – un proceso que se hace cuesta arriba para un menor y que siempre depende en última instancia de la decisión de un juez – de tal forma que éste reflejara su verdadero género. La aceptación de uno mismo, poder convivir contigo, es el primer reto al que todo joven gay, lesbiana, bisexual, transexual, transgénero o intersexual se enfrenta. El segundo: que te acepten los demás: familia, vecinos, amigos, compañeros de clase... Alan sucumbió ante las presiones sociales. No pudo más.

El suicido de Alan debe hacernos reflexionar sobre el acoso escolar, el que sufren todos aquellos y aquellas que no encajan con el patrón “normativo” impuesto por los machos alfas del centro: personas lgbt, “afeminados”, gordos, tímidos... la nómina es amplia. Los patios se convierten en una selva mientras frente a los valores de la diversidad, la pluralidad o la tolerancia – inexistentes en el currículo escolar – se explotan las pretendidas “virtudes” de la competitividad. No olvidemos que somos una de las pocas naciones europeas donde ética y ciudadanía están proscritas.

Las personas trans deben hacer frente todos los días a la invisibilidad y la escuela es especialmente invisible a las cuestiones de género y orientación sexual. En el mejor de los casos  “género y orientación” es epidérmico en la enseñanza en las aulas; generalmente es inexistente. Alan no contaba con modelos, con apoyo, con complicidades. El acoso empezó desde el principio y tras cambiar de colegio comprobó que en el nuevo seguía siendo objeto de burla ante la apatía de las familias de los otros menores y del propio profesorado.

Debemos decirlo claro: la muerte de Alan es la derrota de todos. De todos nosotros. Es nuestra derrota como sociedad, como escuela, como cultura. La derrota de un país que cultiva el acoso.

El suicidio de Alan nos impele a cambiar las cosas: necesitamos que en la enseñanza los valores LGBTI y la diversidad de género y orientaciones sexuales se manifieste y se explicite. Necesitamos protocolos de actuación para que la comunidad educativa actúe de inmediato ante cualquier manifestación de acoso. Necesitamos modelos sociales que muestren que la heterosexualidad no es única. Necesitamos combatir toda forma de heteropatriarcado.

Y necesitamos que se impliquen todos: gobierno – con leyes específicas -, familias y centros educativos.

Ojalá no olvidemos a Alan y su muerte remueva nuestras conciencias. Nunca más otra víctima del acoso. Nunca más condenar a la invisibilidad a los y las jóvenes LGBTI de este país. Nunca más el pan nuestro de cada día de la LGBTIfobia en la Escuela.


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