El día de la toma de posesión de los nuevos diputados, y mientras veía las imágenes, el colorido, la diversidad, los gestos y las miradas, le comenté a mi compañero de café “verás como sale alguien diciendo que huele mal”...
No me equivocaba. A las pocas horas una tertuliana afirmaba en televisión que los nuevos diputados tenían que ducharse y una diputada del PP alertaba sobre los piojos. En privado, el “éstos huelen mal” - en referencia casi exclusiva a los 69 diputados de PODEMOS y las Confluencias - se extendió.
No es nada nuevo. Responde a un rechazo clasista persistente en la Historia, desde la Antigüedad hasta nuestros días. En los primeros años de la transición hubo cierto estupor ante las chaquetas de pana o los jerséis de cuello vuelto tan usuales en las bancadas socialistas y comunistas y ya entonces la derecha – que venía de unas Cortes franquistas presididas por el uniforme militar, religioso y el civil de las oligarquías financieras y políticas afectas al Régimen – consideraba que la higiene es incompatible con no asistir a misa de ocho.
El pueblo, la plebe, la gente de baja alcurnia siempre es fea, sucia y desagradable y sus representantes no pueden serlo menos.
Agustín de Foxá avisaba “del mundo inferior y terrible” que desfilaba por las calles de la capital durante la República: “mujerzuelas feas, jorobadas, gitanos, cojos, negros de los cabarets, rizosos estudiantes, obreros de mirada estúpida, poceros, maestritos amargados. Toda la hez de los fracasados, los torpes, los enfermos y los feos”... lo escribe en “Madrid, de Corte a checa”.
La “canalla”, en suma. La palabra tuvo éxito en el siglo XIX. Para la burguesía todos aquellos que se juntaban en las calles para reclamar derechos o empezaban a entrar en las Cortes – a medida que las murallas del sufragio censitario iban derribándose – eran canallas de baja estofa, clase baja incapaz de entender el lenguaje a emplear en los sancta sanctorum del poder. Porque ese es el problema, ahí radica su estupor: siempre han querido a la canalla expulsada de la política. La posibilidad de que “el mundo inferior y terrible”, la gente baja, pueda llegar a mandar les aterraba y les aterra aún hoy.
Platón lo dejó claro: los bajos (phaúlou) nunca serán amigos de la gente de pro (spoudaiou). En el juramento de acceso a las magistraturas, los oligárquicas exclamaban: “seré enemigo del pueblo bajo” (demo kakanous)...
Y he aquí que en el juramento de acceso al escaño, una parte de los representantes del demos rompen con una estética y una formalidad por lo visto intocable y asentada. He ahí, una vez más, a la abiecta plebecula – que decía Cicerón - que se pretende sin moral ni estética. La abyecta plebe...
No es novedoso: ha habido muchos diputados a lo largo de estos años que han tenido que responder a los insultos proferidos por una derechona rancia que ve piojos donde no existen y tiene un olfato muy desarrollado... salvo para detectar las corruptelas, los sobres en B o los latrocinios del dinero público. ¿Recordáis aquel “que os jodan” de una de los vástagos de la familia caciquil más señera del PP de Castellón?
Nada nuevo bajo el sol. Pero merece la pena ver el desconcierto en el gesto de un Mariano Rajoy acostumbrado a ver pasar corruptos de su partido, pero nunca rastas, en el Congreso...