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Cultura, literatura, historia, música |
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SOPA DE CONCIENCIA
Analógicamente inútiles, digitalmente dependientes
 | | 19 de Enero | 11:35
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El profesor Marín Casanova en 2009 ya hablaba del Desafío axiológico de las nuevas tecnologías, de la dependencia de las personas a los satélites y a los servidores y de la inversión de roles entre auxiliares y auxiliados. Personalidades internacionales como el astrónomo estadounidense Carl Sagan en plena transición analógico-digital advirtió sobre el mismo tema diciendo: “Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que casi nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre”.
Lejos de la prensa amarilla, de sus catastrofismos y de las consecuentes demonizaciones, la tecnología es sin duda un aliado idóneo para minimizar el esfuerzo, ahorrar recursos, construir entornos más amables, gestionar la información y mejorar en definitiva la calidad de vida. No obstante, convertirla en el único medio que haga funcionar las gestiones de un país y del mundo entero no parece prudente.
La digitalización de los datos almacenados en papel durante la década de 1990 en España supuso la modernización de los sistemas de servicios públicos (sanitario, jurídico, de seguridad y tributario, principalmente). Agilizó el sistemas de citas, la transmisión y la disponibilidad de informes, permitió gestionar trámites y tener copias de seguridad locales, y en poco tiempo aparecieron las “copias en nube” (Cloud backup). El acceso instantáneo a toda la base de datos, la posibilidad de realizar búsquedas mediante diversos criterios y compartir datos en tiempo real, son ventajas indiscutibles de la informatización de las instituciones. Sin embargo y a pesar de los beneficios que también ha aportado la reducción del consumo de papel al medioambiente, la sustitución de casi todos los recursos de almacenamiento analógicos ha inutilizado el sistema cada vez que se pierde la conexión a internet o hay un problema informático (virus, avería de hardware o software, etc.).
Sería interesante que las instituciones públicas, como ya lo hacen empresas privadas, contaran con servidores auxiliares locales y no confiaran de forma única todos sus datos a servidores remotos a los que se conectan telemáticamente. De igual modo, aunque en menor proporción, el uso de papel (reciclado) en gestiones de cara al público no debería desaparecer y si lo hace debería hacerlo por un sustituto más respetuoso con el planeta, debido a la durabilidad y la fiabilidad del soporte físico ante el deterioro o la pérdida.
Hemos creado sociedades de usuarios avanzados sin conocimientos técnicos sobre los artefactos que utilizan a diario. Sabemos utilizar los interfaces intuitivos de la tecnología que nos rodea, pero no sabemos cómo arreglarlos y mucho menos salir al paso si fallan, porque no existe alternativa a ellos. No olvidemos que todo lo editable, es copiable y por tanto pirateable. Ya existen edificios totalmente controlados por sistemas informáticos en los que en caso de emergencia las posibilidades manuales son muy limitadas (asegurar los suministros de aire, activar el sistema contra-incendios y abrir las puertas, esencialmente), dejándolo inhabilitado hasta restaurar la domótica de las instalaciones.
Hemos dejado de recordar los números de nuestros contactos, las fechas importantes de nuestra vida y las claves de nuestras cuentas porque utilizamos aplicaciones o la memoria de nuestros dispositivos de manera constante, en lugar de hacerlo como garantía contra-olvido. La progresiva inmaterialización del dinero nos permite pagar con comodidad sin tener que llevar encima billetes o monedas, mediante tarjetas de débito o crédito, tarjetas de coordenadas o aplicaciones móviles. Sin embargo, la centralización de todos los servicios en un solo dispositivo conlleva el peligro de perderlos todos de una vez en caso de robo, ya que cualquiera podría suplantar la identidad del propietario, comprar o gestionar información hasta que se agotara la batería.
Igual ocurre con el sentido de la orientación de algunos usuarios, atrofiado por el uso indiscriminado del GPS incluso en espacios conocidos, dejando de crear mapas mentales y usando solo los de su localizador. Otra confusión habitual, que está causando estragos en la población, es la diferencia entre información y conocimiento. La información son datos, mientras que los conocimientos constituyen la inteligencia, el entendimiento y la facultad de solucionar problemas. Las capacidades inferencial y resolutiva se ven mermadas por la absoluta dependencia a las bases de datos y los buscadores web, debido a no tener necesidad de solucionar problemas por uno mismo usando el ingenio. El desarrollo de la imaginación en los niños también está viéndose afectado por el continuo uso de juguetes tecnológicos que no requieren de emulación de roles y están determinados, en lugar de usarse como refuerzo lúdico y pedagógico puntualmente.
¿Por qué no conservar a mano una alternativa analógica / humana para solucionar los problemas? Un sistema prueba su eficacia cuando es capaz de superar un apagón eléctrico, una desconexión a la red, una avería, un ataque informático o un error humano, ¿no sería conveniente que nuestras vidas estuvieran implementadas tecnológicamente y no sustituidas?
Las herramientas no son buenas ni malas, el uso que se haga de ellas determinará su valor y sus efectos en la población. No obstante, como decía Th. H. Huxley, “es un hecho que el hombre tiene que controlar la ciencia y chequear ocasionalmente el avance de la tecnología”, porque de lo contrario será prisionero de su propia creación.
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