El
13 de enero de 1129, en la ciudad francesa de
Troyes, la iglesia católica celebraba un
concilio con el fin y objetivo de aprobar y dar legalidad a una novedosa
orden de monjes guerreros, la conocida como
Orden del Temple.
A dicho concilio acudieron gran cantidad de
abades,
cardenales,
obispos y
arzobispos, con una gran y más que importante presencia
cisterciense. Nada menos que ocho abades de esta orden monástica acudieron a dicho encuentro.
Hoy por hoy se puede considerar, sin lugar a dudas, a
San Bernardo como el auténtico mentor e impulsor de estos aguerridos monjes que cabalgaron por
Tierra Santa en defensa de los peregrinos y de la cristiandad, templarios que también cabalgaron por nuestros reinos, siendo en muchos casos punta de lanza de la
Reconquista.
En el año 1150, en
Poblet (
Tarragona), los cistercienses, también conocidos como los monjes blancos, fundaban
el monasterio de Santa María de Poblet. Tan solo habían pasado 52 años de la fundación del Cister.
Las tierras cedidas por
Ramón Berenguer IV a los cistercienses para la construcción de dicho monasterio, lindaban con una pequeña población,
L´Espluga, que empezaba, tras las conquistas de
Tortosa y
Lérida, a expandirse y a crecer, población que se encontraba en manos de dos hermanos,
Ponç y
Ramón de Cervera, que intuyo yo no debían de llevarse bien del todo, dando lugar su peculiar relación de parientes a la creación de dos mini-señoríos dentro de la misma población.
De hecho, y años más tarde, esta diferencia se hará más que patente, quedando en el año 1247 L´Espluga Superior (señorío de Ponç de Cervera) en manos de los templarios, y en 1252 L´Espluga Inferior (señorío de Ramón de Cervera) en manos de los hospitalarios. Ahí es nada.
De todos es conocida la supuesta rivalidad que existía entre las órdenes del
Temple y del
Hospital, por lo que supongo que el amigo lector, ya se estará imaginado a templarios y hospitalarios liados a mamporros por un “quítame allá esas pajas”.
Pues va a ser que no. Aquí los que se lían a tortazos no son otros que templarios y cistercienses.
Todo empezó a primeros del año 1269, cuando los vasallos del Temple destruyeron una acequia procedente de sus tierras, y que abastecía de agua al monasterio de Poblet. Los templarios se escudaron para defender dicha acción afirmando que los cistercienses se aprovechaban de su agua. Tal jaleo se montó, que finalmente tuvo que intervenir la justicia real, dando la razón a los cistercienses, obligando a los templarios a reconstruir dicha acequia, y por si fuera poco, prohibiendo molestar al monasterio bajo pena de nada menos que 1000 monedas de oro. Toda una fortuna.
Los templarios debieron encajar la sentencia con una sonrisa forzada en sus caras, y como era de esperar, prepararon su pequeña venganza.
De entrada, prohibieron a sus vasallos moler trigo en los molinos de los cistercienses, y denegaron el paso por sus tierras tanto a monjes como a vasallos de Poblet, quienes se veían obligados a dar enormes rodeos para poder cruzar L’Espluga Superior…, aquí no hay quien viva.
Acababan de comenzar los malos rollos. Aunque si repasamos la historia, bien es cierto que los moradores de L’ Espluga Superior siempre se habían entretenido en hacerles la puñeta a los cistercienses. Las hostilidades comenzaron esporádicamente sobre el año 1179, y fueron constantes durante todo el siglo XIII.
Tantas fueron las escaramuzas y los pleitos en que la Orden del Temple se vio envuelta por culpa de sus simpáticos vasallos, que finalmente los aguerridos monjes guerreros decidieron vender sus dominios de L’ Espluga.
¿Y qué mejor comprador para dicho terreno que los cistercienses de Poblet?
Pues ni por esas. En el año 1271, Arnaldo de Castellnou, maestre provincial del Temple y el Abad de Poblet, Berenguer de Concabella, comenzaban a tratar los pormenores de la compraventa de L’Espluga Superior, pero que va, ahí estaban esos fabulosos vasallos del Temple abortando la operación.
A partir de ese momento, los incidentes fueron más que constantes.
Quizás uno de los más violentos fue el que protagonizaron los habitantes de
Vimbodi, vasallos de los cistercienses, durante la persecución de un forajido que se refugió en la granja de Milanda, en territorio templario. No hace falta que diga nada más.
Tal fue el alboroto y algarabía que allí se montó, que acudió hasta el lugar el comendador del Temple con sus hombres.
Pero los del Cister no se amedrentaron no. Intuyendo un posible ataque de los templarios, cistercienses, vasallos y esclavos comenzaron la defensa de su posición… otra vez todos liados a mamporros.
Y lo peor de todo es que esto no era un caso aislado.
Los cistercienses del
monasterio de Santes Creus también tuvieron lo suyo con los templarios de
Barberà y de
Selma, enfrentados unas cuantas veces por culpa de testamentos, donaciones y demás. Si es que al final “la pela es la pela”.
Si San Bernardo levantara la cabeza…