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Opinión-Editorial
SIN PROPÓSITO DE ENMIENDA

Un matrimonio ¡sin hombre!

15 de Febrero | 12:12
Un matrimonio ¡sin hombre!
Las relaciones sexuales entre personas del mismo género han sido condenadas durante siglos bajo la admonición de ¡el Pecado Nefando!... Del latín ne (no) y fandus (hablar públicamente). Un “vicio” tan grave para los fundamentalistas religiosos – reprimidos al tiempo que represores - que no solo quisieran castigar al pecador, también imponer el silencio, que nunca se hable (ne-fandus) de la práctica, negar su existencia, ocultarla. Que los colectivos LGBTI apuesten firmemente por la visibilidad es una necesidad perentoria: el nuestro es un combate contra un interdicto que pesa demasiado.

Pero si las relaciones homosexuales han tenido que hacer frente al espeso manto del silencio, las relaciones lesbianas se han encontrado con una represión adicional al intervenir en las mismas la mujer.

Perpetuas menores de edad en la sociedad heteropatriarcal, las relaciones sexuales y afectivas entre mujeres eran sencillamente inconcebibles. Que dos mujeres pudieran vivir fuera del tutelaje del varón (¡oh herejía!), libres y sin cumplir su “función natural” – tener niños y criarlos – era profundamente subversivo.

Y sin embargo ahí están: mujeres que desafiaron las prohibiciones de su siglo para amarse, que hicieron frente a la discriminación que las condenaba a estar sometidas al hombre, que no ahorraron esfuerzos por su derecho a vivir con dignidad. Por ejemplo, ahí tenemos a Marcela y Elisa:

Marcela Gracia Ibeas y Elisa Sánchez Loriga. Dos heroínas en la lucha por la Igualdad y el derecho al amor lésbico. Marcela y Elisa son, además, el primer matrimonio de dos mujeres en la Historia de España y no, no tenemos que retroceder a 2005: el suyo se celebró el 8 de junio de 1901 en la parroquia coruñesa de San Jorge y fue la culminación de una relación que tuvo que superar miradas de rechazo, separaciones forzadas y mil y un obstáculos. 

Marcela y Elisa se conocieron en la Escuela Normal de Maestras de A Coruña. Ellas pudieron formar parte de la limitada nómina de mujeres con acceso a una educación en el siglo XIX. Y allí hicieron amistad y finalmente se enamoraron. 

Terminado el magisterio, los padres de Marcela la enviaron a Madrid sospechando de la estrecha amistad de su hija  con otra mujer. Su papel debía ser el de una esposa sumisa y madre, nada más. Sin embargo no entraba en los planes de estas dos apóstoles de la libertad quedar reducidas a esa condición.

Elisa, aprobada su plaza, fue destinada a la escuela de Couso como maestra interina, un aldea próxima a Calo, donde Marcela, maestra superior, tenía su puesto. Aquel reencuentro les permitió vivir juntas en Calo. Y cuando Marcela fue destinada a Dumbría, a doce kilómetros, Elisa cada noche, al terminar su jornada, recorría esa distancia para poder dormir con su pareja y, cada mañana, volvía a andarlos para regresar a Calo. Fue un amor clandestino en A Costa da Morte.

Pero en 1901 quisieron poner remedio a tanta tribulación. Elisa se deshizo de faldas, del pelo largo y de los amplios refajos que dictaban las normas morales de la época y con atuendo masculino se convirtió en Mario. Y Mario tenía planes.

Comenzó por crearse un pasado falso en Londres, donde sus padres ateos no lo habrían bautizado. Con esta treta logró convencer al padre Castiella para que lo bautizase en la Iglesia de San Jorge de Dumbría y el 26 de mayo de 1901 – tras un bautizo y una comunión – obtuvo sus papeles oficiales ya con el nombre de Mario.

De inmediato iniciaron los trámites para casarse y el 8 de junio de 1901 la Iglesia oficializó la boda entre Marcela Gracia y Mario/Elisa Sánchez. Podían vivir libremente, gozar juntas, pasar su noche de bodas en la pensión Corcubión.

Sin embargo no pudieron morir en paz en su tierra. “La Voz de Galicia” descubrió el engaño (imposible esquivar a los alcahuetes) y tituló una de sus portadas, con foto incluida de la pareja, “Un matrimonio sin hombre”... El escándalo en aquella España de hipócritas moralistas fue monumental Llegaron pronto a Madrid los ecos y los fariseos empezaron a intervenir: se dictó orden de busca y captura contra la pareja.

Pero no dieron con ellas. Su pista se pierde en un barco con destino a América, probablemente a Argentina.

De su existencia en el Nuevo Continente no sabemos nada, aunque yo sueño con un final feliz: allí, sin vecinos, sin familia, sin testigos del pasado, pudieron ser Marcela y Mario, matrimonio con papeles de la Iglesia de San Jorge de Dumbría, su amor bendecido por los dioses, su tálamo nupcial perpetuado... Y en aquellas inmensas tierras dos mujeres libres se amaron con libertad.

Abrazándose en el nido
de su cama con dosel.
Luna y noche, estrellas y luna
no las dejan de mirar.
Seno y seno, sien contra sien,
guareciéndose en su nido
las palomas de la miel.
 

Cristina Rossetti (Laura and Lizzie Asleep)




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