Un total de 3.364 menores de edad fueron víctimas de delitos contra la libertad sexual en España entre 2013 y 2015. Aunque la mayoría se producen en el entorno familiar, suelen aparecer más en los medios los abusos producidos en contextos públicos, como los colegios.
Lamentablemente se está convirtiendo en algo habitual. Un colegio, un gimnasio, un campamento de verano o un conservatorio de música, cualquier entorno que organice actividades para menores puede convertirse en un peligro. Hay muchos casos relacionados con la Iglesia, colegios religiosos, sacerdotes, catequesis... que nos pueden llevar a distintos razonamientos tanto preventivos como desde el punto de vista de la justicia. Pero prefiero poner el énfasis en el trabajo con las víctimas, tanto en prevención como en el tratamiento posterior.
Llama la atención que muchos casos se produjeron hace tiempo, y las víctimas han tardado en denunciarlo. Eso hace una idea de lo difícil que es encajar el abuso para los menores, que habitualmente se ven envueltos en un sentimiento de culpa permanente. También llama la atención que siendo contextos públicos no aparezcan más personas que hayan denunciado o alertado de estas conductas. Es como si se hiciera la vista gorda quitándole importancia.
Sabemos que aproximadamente en el mundo una de cada cinco mujeres y uno de cada diez hombres han sufrido algún tipo de abuso sexual durante la infancia. Y también que la mayoría de los casos no salen a la luz ni reciben ningún tipo de ayuda después. Aunque la capacidad del ser humano para superar traumas y situaciones adversas es enorme, siempre queda un pequeño porcentaje que presentará secuelas en un futuro. Por eso, y aunque sea un tiempo después, hay que sacarlo a la luz. Hay muchas personas que necesitan atención psicológica ahora mismo por lo que sufrieron en su infancia. No se puede criticar a nadie porque tarde en contarlo, ya que como decimos es habitual y difícil. El tratamiento psicológico pasa muchas veces por conseguir un cierto reconocimiento por parte de la víctima, o un cierto reconocimiento social. Necesitan que los escuchen sin juzgarlos, y necesitan que alguien les diga claramente que lo que hizo el abusador estuvo mal. Para eso es importante el buen funcionamiento no solo de la justicia sino de la red de apoyo: familiares, profesores, amistades, profesionales implicados.
Y el mensaje claro para las familias es que deben estar cerca de los niños. Enseñarles a comunicar sus sentimientos, a decir que no, a confiar en ellos, a quererse y no tener que buscar refugio fuera de casa, a tener apego emocional con su familia. Porque esa cercanía emocional con los hijos es la mejor prevención no sólo de los abusos, sino de cualquier problema que puedan tener. Aunque a veces es precisamente esa cercanía emocional con un miembro de la familia o un profesor el caldo de cultivo para un posterior abuso. O también de un amigo, ya que el 20% de los abusos los comete otro menor. Corresponde a los demás familiares y al resto de profesionales cercanos reaccionar ante las señales de alarma. A veces se tienen sospechas, pero la vergüenza, la inseguridad o el desconocimiento bloquean la posibilidad de ayudar a los menores. Si no lo hacemos seguirán apareciendo noticias tristes en los medios de comunicación.
Recordemos, como dijo Pablo Neruda, que el niño que no juega no es un niño, y que el adulto que no juega es porque perdió al niño vivía dentro y que le hará mucha falta.