Dijo Albert Einstein: “Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro”. Pues sí, hacer y decir tonterías forma parte de nosotros. Y supongo que como una copa de vino diaria, un poco puede ser hasta saludable. Pero mucho puede ser peligroso.
El acceso a la información que circula por internet ha hecho que aumente el conocimiento, pero tanto de las cosas buenas como de las malas. Hay muchos sitios donde leer cosas sobre psicología, parejas, educación de los hijos o decoración, por poner un ejemplo. Si quieres aprender a pilotar un helicóptero seguro que encuentras un video que te lo explica. Así de fácil y así de peligroso. En la parte de las cosas malas veo que hay muchas revistas dedicadas a hombres y a mujeres, sobre todo a mujeres. Tiene una cierta lógica que la información de interés se pueda agrupar por géneros, especialmente para el femenino, como lo tiene el hecho de que haya asociaciones de mujeres, porque todavía hay mucho que reivindicar como colectivo. Otra cosa es la información que se da y el fin último que se persiga. Ganar dinero a costa de seguir sembrando estereotipos sexistas.
En la de hombres consejos para estar fuerte, para estar guapos, para ligar y para entender a las mujeres. Y también, cómo no, una parte de bricolaje y consejos para el mantenimiento de tu coche. En la de mujeres consejos sobre alimentación, belleza, pareja, decoración y educación de los hijos. Y también, no falta nunca, el horóscopo. La mezcla de mensajes con peligro es explosiva, y alguien debería plantearse el daño que esto hace. Seguir asociando en pleno siglo XXI la educación de los hijos a la mujer y el estrés laboral al hombre es una barbaridad.
Pero no es esa la parte que me preocupa (que también), sino la parte del horóscopo y otras tonterías. Porque las tonterías nos sirven a veces para sacar nuestra parte infantil, para jugar, también para relacionarnos, para fantasear, para dudar y para reírnos de nosotros mismos. Cosas necesarias. Y para eso debemos ser conscientes de que son tonterías. Si no, se convierten en serios peligros. Leer el horóscopo puede ser un juego, un entretenimiento como hacer un sudoku o pintarle gafas y un bigote a una cara en el periódico. Ya está. De ahí a creerse que si nací el 21 de mayo a las 23.55 horas voy a tener una personalidad y si nací diez minutos después, a las a las 00.05 del 22 de mayo voy a tener otra, va un abismo. Sobre todo si naces en Canarias (O en Portugal). Y encima cada semana te dan consejos sobre cómo comportarse según estén alineados los planetas. A ver si se aclaran ¿me va ir mal en el trabajo porque Saturno está en Géminis esta semana? Pues entonces ¿para qué me das consejos si no se puede cambiar?
El colmo de la tontería peligrosa lo leo en una revista para mujeres (sí, de esas que llevan dietas, cremas, una tabla de gimnasia y algún consejo para ligar). Un artículo habla del horóscopo de los hijos, y de cómo educarlos según su signo. Si hubiera una pizca de sensatez en ese planteamiento los psicólogos dejaríamos de existir inmediatamente. ¿Para qué hartarnos de trabajar y de formarnos si resulta que el niño se comporta así porque es Tauro? Le traspasaría mi centro de psicología a la Bruja Lola, un negocio legal y rentable. Legal sí, porque en este país tenemos hasta un epígrafe de Hacienda para que se den de alta y coticen, el 881 “Astrólogos y similares”. Pues eso, competencia desleal legalizada.
La superstición nos ha acompañado desde el neolítico, que sepamos, y ahí están los dólmenes como prueba. Siempre hemos asociado determinados fenómenos de la naturaleza con nuestro comportamiento, por pura casualidad. Es justo nombrar a Skinner, quien describió con precisión la teoría del aprendizaje humano, que sirve para explicar estas cosas o por qué jugamos a las tragaperras. Y de alguna forma cuando la superstición ha tomado forma con rituales sociales y expertos en el tema, ha empezado a formar parte de nuestra vida. Afortunadamente el conocimiento ha permitido poner las cosas en su sitio en muchos temas, y muchas de estas tonterías se han quedado en el ritual, que también tiene una función importante.
El hacer una hoguera la noche de San Juan y bailar con tu pareja a su alrededor puede servir para aumentar la complicidad, para divertirse, para fomentar un ritual hermoso o para conseguir una bonita fotografía. Pero no porque haya una energía especial y desconocida que une el fuego con tu alma. Es porque te hace sentir bien. Y si tu niño se cae y se hace un chichón, puedes cantarle “sana sana culito de rana”, eso hará que se sienta mejor porque tú estarás cerca y cuidándolo, no porque el culito de la rana tenga poderes mágicos.
Cuando me visita algún niño (la mayoría de las veces con sus madres, los padres siguen un poco ausentes), hay un mensaje que doy que sirve para cualquier problema. Si piensas que el niño es así (por los astros, la mala suerte, los genes o cualquier otro condicionante) es difícil que cambie. Si piensas que el niño se está comportando así porque algo está fallando, algo no funciona y hay que buscar otras estrategias, entonces es muy probable que cambie. En la medida en que pensemos que el cambio depende de nosotros, es más probable que lo consigamos. Y eso es incompatible con el horóscopo y otras tonterías peligrosas. No voy a tener mala suerte porque me lo diga nadie, pero pueden irme las cosas mal si me lo creo. Cuidado con la profecía autocumplida.
Y si no sabemos qué hacer, si nos atascamos, pues buscamos un profesional, que para eso están. Si quieres mejorar, claro. Si no, puedes seguir quejándote de tu mala suerte porque las estrellas no están bien alineadas. Y si te gotea el grifo no llames a un fontanero, si te duele la espalda no llames a un fisioterapeuta. Y si tus hijos tienen problemas (o tú con tus hijos), no llames a un psicólogo. Llama a Sandro.