No me acuerdo del autor de la expresión, pero sintetiza lo que quiero decir. Aunque pueda extrañar, la palabra, el lenguaje, tiene mucho que ver con la convivencia en sociedad. Cuando las palabras son claras, generan el buen entendimiento. La palabra nos traduce el mundo en pensamiento, y deben concordar con la realidad.
Cuando las palabras representan adecuadamente las cosas, es fácil entenderse. Cuando la palabra es equívoca, está introduciendo la confusión, la apariencia de lo que no es. Quizás algo así les ocurrió con la Torre de Babel, que las palabras no correspondían con las cosas. Así no se puede trabajar en sociedad. Las palabras significan cosas distintas. La palabra que sirve para todo, no sirve para nada. Cada palabra abarca su campo, su territorio propio. Cuando una palabra invade el campo que no le corresponde, está robando la identidad ajena. Cambiar el nombre a las cosas para cambiar su contenido, suele ser una trampa.
Las estructuras de la Gramática, o están en consonancia con las estructuras de la realidad, o construimos un mundo sin cimientos, confuso y movedizo. No todo lo racional es real, pero lo racional de la realidad, debe estar en el lenguaje.
La verdad no es un invento extraño, sino el fundamento de nuestra convivencia racional y humana. No se puede construir la sociedad a espaldas de la verdad y la ética, montada sobre la falsedad, ni las tierras movedizas. En la palabra tiene su nido la razón. Si se corrompe la razón y la ética ¿qué nos queda?
La buena Gramática llama a las cosas por su nombre, dice la verdad de forma diferenciada, y cada cosa es lo que es. La mala Gramática genera mala política, cuando las palabras no sirven para comunicar la verdad, sino para ocultarla. Quizás la corrupción primera empieza por la corrupción del lenguaje, como moneda falsa, a las que damos curso legal.
Los que no quieren la claridad del lenguaje, prefieren no especificar, no concretar, quedar en el “género”, y no dejar a la inteligencia que llegue a la “especie”. La evocación tiene su campo propio en la poesía. A veces, se castra al verbo, para impedir el predicado.
La mala política influye igualmente en el lenguaje, en la Gramática, cuando se quiere confundir. Los que quieren encubrir sus intenciones, no rematan su juicio, insinúan, sugieren, usan palabras equívocas o cambian el nombre de las cosas. En la lógica más básica, una proposición debe afirmar o negar, para que el juicio tenga sentido. La buena Gramática nos permite hacer el intercambio con moneda legal, y no permite la circulación de la falsa.
Si en la circulación cambiáramos el significado de cada señal de tráfico, tendríamos tantos muertos como en una guerra. Los muertos de la mala Gramática y la mala política son menos visibles, pero no menos reales.