Durante meses, las calles de todas las ciudades españolas se llenaron del color verde de las “Mareas por la Educación”. Profesores, alumnos y padres, prácticamente todos los sindicatos, organizaciones sociales y casi todos los partidos políticos – menos el Partido Popular y Ciudadanos – manifestaron su firme compromiso en favor de una educación pública, laica y de calidad que exigía la inmediata derogación de la ley educativa del Ministro Wert y restituir la escuela a la situación anterior. Solo entonces, tras la desaparición de la LOMCE, se estaría en condiciones de afrontar una necesaria reforma del sistema educativo: con sosiego, con voluntad y con recursos económicos.
Cada minuto que resiste la LOMCE significa que la Filosofía, la Ética, las Ciencias y el Conocimiento Libre y Crítico están desterrados de nuestras aulas en beneficio de una enseñanza que quiere discriminar con rapidez a los alumnos “con futuro” de la infantería que debe engrosar las filas del paro, que no quiere ciudadanos pensantes, sino trabajadores obedientes y que perpetúa las desigualdades de nacimiento, privilegiando en la práctica a quienes procedan de un entorno familiar estable y pudiente: para ellos, la mejor educación. Es el programa educativo de la derecha de toda la vida.
Por eso no comprendo que el Partido Socialista haya aceptado firmar un acuerdo con Ciudadanos que dice blanco sobre negro que no se va a derogar la LOMCE, sino que seguirá en vigor mientras se reforman sus artículos, sin indicarse en qué profundidad será dicha reforma y en qué plazos. En todo caso, ahí estaría siempre la Ley Educativa como espada de Damocles sobre nuestras cabezas.
Es urgente y prioritario derogar la LOMCE. No hay cálculos electorales que justifiquen una posición distinta, especialmente cuando te has presentado a las elecciones con un programa, un mensaje y una consiga clara y evidente al respecto.
El antiguo Ministro Wert disfruta hoy de un retiro dorado en París, en un palacete sufragado con los impuestos de todos los españoles. Es sorprendente comprobar como éstos liberales nuestros son tan adictos a los salarios y subvenciones públicas: siempre viviendo de papá Estado, al que aborrecen si se trata de garantizar hospitales y escuelas públicas pero que es bienvenido para sanear las cuentas de la banca privada, rescatar empresas en quiebra o mantener el ritmo de vida de quienes no saben hacer la o con un canuto. El ex Ministro Wert ríe, sin duda. Viendo como quienes se desgañitaban entonces en las calles contra su propuesta educativa hoy hacen cabriolas con el lenguaje para justificar nuevas realidades.
Necesitamos recuperar una enseñanza con vocación pública y ciudadana. Donde el Logos tenga más importancia que el Mito, la Ética universal esté por encima de las morales particulares, cuyo objetivo sea formar una ciudadanía que sea responsable (y consciente) de sus actos y consecuencias y no un ganado obediente a los dictados del Poder – el que sea – y el Mercado. Una enseñanza donde la Filosofía no sea la gran perdedora. Decía René Descartes que vivir sin Filosofía es como tener los ojos cerrados, y ciertamente muchos nos quieren ciegos.
Ese es nuestro reto y no hay excusa posible. Para congelar la risa del señor Wert es urgente un Real-Decreto que contenga un solo artículo: “De Derogación de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa”.