Doce años ya, uno tras otro con sus días y sus noches, con sus horas claves, instantes especiales, con sus fechas marcadas a rojo en cada calendario, doce años ya y nada ha vuelto a ser igual. Solo puedo hablar desde la distancia, gracias a Dios le doy cada día por no haber vivido esa maldita experiencia de una muerta así de cerca, distancia que se esfuma con cada palabra, con cada testimonio, con cada imagen, distancia que se convierte en nada al mirar a los ojos vacíos de quienes ese día lo perdieron todo.
Miro atrás y me veo sentada en el pupitre esperando empezar la clase de Historia, hablando con unos y con otros, quejándonos de lo que para nosotros eran “injusticias” en ese momento, de lo que para nosotros se iba la vida con ello, en definitiva, haciendo lo que cualquier joven de 16 años hace en su día a día. ¿Quién nos iba a decir que algo podría cambiar en nosotros a partir de ese momento?
Entró en clase nuestro profesor y empezó a leer unos titulares, uno tras otro, imaginen nuestras caras, raras como poco, sin saber a qué venía, cada titular peor que el anterior, cada frase más real que la anterior, cada vez sentíamos más la necesidad de que eso que nos estaba leyendo no fuera verdad, pero ¿para qué si no era verdad?
Y sí, si lo era, en ese momento, a 400 kilómetros de distancia, había cientos de personas debatiéndose entre la vida y la muerte, llorando de dolor y el dolor de otros, los había en estado de shock, familiares haciendo llamadas y llamadas que nunca tuvieron respuesta, móviles que no dejaban de sonar, … y silencio, mucho silencio.
De los días sucesivos poco hay que contar que ya ustedes no sepan, pero esos días a mí me marcaron, tanto es así que hoy estoy aquí, hoy me están leyendo; las portadas de esos periódicos, las crónicas escritas, las informaciones dadas, todo eso y más fue el detonante para decidir mi profesión, para que hoy sea quien soy. No sé el porqué concreto, fue el resultado de un cúmulo de circunstancias con un claro detonante; hubo imágenes que hoy, doce años después, siguen en mi memoria como si fuera ayer, y no vuelven a mi retina cada 11M, no, lo hacen con cada barbarie, masacre, atrocidad, crueldad, con cada de una de esas imágenes que, por desgracia, se han convertido en el pan nuestro de cada día, pero cada 11M vienen los recuerdos de ese día, de esa mañana que acelerada me levanté y antes de ir al colegio encendí la tele y vi esas imágenes, qué dolor sentí, qué lágrimas se deslizaban por mis mejillas; camino al colegio compré el periódico y fue ahí, ante esa portada, fue ahí cuando el dolor que sentí se convirtió en una promesa, algún día los medios serían mi casa, las letras serían mi vida y hoy lo son.
Fui dura con aquellos que escribieron las crónicas, con quienes fotografiaron los trenes, porque sí hay que enseñar la realidad, sí, pero ¿hasta dónde? Hoy en día lo sigo sintiendo, un escalofrío recorre mi cuerpo cuando ciertas imágenes aparecen de portada o abren los telediarios. Lo sé, es la actualidad, y manda, pero ¿hasta dónde el todo por todo?
Cuando me siento frente a un folio en blanco siempre vuelve a mí el porqué estoy ahí, no sé si lo haré de forma acertada, no tengo que gustar a todo el mundo, seguro habrá quien esté cansado de mí, de mis tonterías, lo sé, pero lo que tengo claro es que todo eso y más viene conmigo desde que aquel día, aquel once de marzo con 16 años escuché, leí, vi, lloré y prometí.