¡Me duele el alma!
No, me niego, lo rechazo de plano, ¡Yo no soy europeo!
No puedo aceptar tanta falta de humanidad, tanta miseria moral.
No puedo aceptar esta sociedad “avanzada” ahíta de un colesterol que la mantiene inerte, inactiva, muerta ante el dolor, la miseria, las penurias de propios y extraños.
No puedo aceptar que la cuna del humanismo, de las revoluciones sociales, ideológicas y políticas que han movido el mundo en los últimos 250 años esté ciega, sorda y mutilada ante guerras y conflictos provocados, ante crisis económicas y financieras programadas, que se encierra en un muro de concertinas para evitar la infección del hambre y la huída de las guerras.
Que prefiere pagar a otros para hacer el trabajo sucio.
Que acepta impertérrita que muchos sus ciudadanos pasen hambre, frío y penurias pero que aplaude hasta con las orejas los beneficios de sus Corporaciones. Corporaciones que engañan, que especulan, que pervierten la Ley y sólo tienen como objetivo sus resultados económicos.
¡Cuánta razón tenía Marx cuando decía que:” Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”!
No, no soy Comunista, pero ando bastante cerca. Y esas imágenes que hemos visto de unos miserables riéndose de unas pobres mujeres a las que arrojaban monedas como quien se divierte dando pan a los patos me han revuelto las tripas y el alma. A ese grupo de civilizados europeos habría, como poco, que condenarlos al ostracismo, aunque el cuerpo me pide cosas bastante peores y más contundentes.