32 muertos en Bruselas.
72 muertos en Lahore.
40 en Bagdad...
200.000 seres humanos en Oriente Próximo.
200 seres humanos en Europa.
Son las cifras de los asesinados por el DAESH. En apenas una semana los terroristas del llamado Estado Islámico han segado la vida de 32 personas en la capital belga, 72 en un parque infantil en la ciudad pakistaní de Lahore, cebándose en los niños, y más de 40 en un estadio de la golpeada capital iraquí, un Bagdad que todavía no se ha recuperado de los bombardeos “aliados” durante la guerra del Golfo y que sufre periódicamente atentados contra sus habitantes.
Si tomamos los números en frío, sin mediar explicaciones o contextos, puede sorprendernos el contraste entre la intensidad de la información que se nos ha trasmitido sobre la tragedia de Bruselas y los escasos segundos dedicados a los muertos de Lahore y Bagdad. Las tres ciudades han sido golpeadas por los mismos fanáticos pero no todos los muertos pesan lo mismo. En nuestra retina permanecen los sucesos de París y – ahora – de Bruselas, o los de EEUU en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. Pero en Oriente Próximo los islamistas radicales han arrebatado la vida de más de 200.000 personas en cuatro años, víctimas de atentados terroristas y todo ello sin contar los muertos en los bombardeos en Siria, Iraq, Libia... o los desplazados por la guerra que dejan su piel en el camino.
Pareciera que el DAESH ha iniciado una cruzada contra occidente pero la suya es una cruzada global contra todos aquellos que no encajan en su visión fanática del mundo: minorías musulmanas, cristianos, judíos, paganos, ateos, homosexuales, laicistas, personas con el síndrome de Dawn, enfermos, mujeres que quieren ser libre... La nómina de los que son degenerados o traidores a los ojos del fundamentalista es amplia, muy amplia.
Las principales víctimas del DAESH son musulmanes. No debemos olvidarlo, especialmente en estos momentos en los que, tras los atentados terribles e insoportables de Bruselas, se está propagando una ola de islamofobia.
Daños colaterales del terrorismo islamista han sido los refugiados que se agolpan en condiciones infrahumanas en las fronteras europeas: huyen de la guerra y del DAESH pero aquí, en nuestro mundo, donde debería el imperar la Ley y los Derechos Humanos, los recibimos con recelo, cuando no con odio... si es que podemos llamar “recibir” a encerrar a miles de hombres y mujeres en campamentos sin medios ni recursos.
¿Qué nos está pasando? Los terroristas quieren atentar contra todo aquello que exprese un modo de vida tolerante y libre. Si por el miedo cedemos y permitimos que nuestras libertades sean acotadas y limitadas, entonces ellos habrán ganado.
Hoy nos dicen que para vivir con seguridad debemos renunciar a ciertos “privilegios”. Llamar privilegios a nuestros derechos no es nuevo en la historia y esa dicotomía es una falacia muy útil para quienes quieren la plena libertad de movimientos de mercancías y capitales pero no de personas, el libre mercado ¡sí! Pero no la sociedad libre.
Hemos visto como cuatro hombres son capaces de inmolarse y llevarse por delante varias decenas de vida. Nos resulta incomprensible, irracional. Solo el fanatismo puede explicar ese comportamiento y fanáticos, por desgracia, los hay en muchos credos religiosos e ideologías. Pero frente al fanatismo no debemos oponer el espejo de la intolerancia y la intransigencia. Frente al fanatismo necesitamos la respuesta de una sociedad más libre y más laica.
Ojalá todos los muertos, víctimas del DAESH, valgan lo mismo para cada uno de nosotros. Descansen en paz.