Junta de Extremadura, sindicatos y partidos políticos han firmado un “Pacto por el ferrocarril” cuyo ambicioso objetivo es llevarnos del siglo XIX al XXI. Sí, queridos amigos lectores: partimos del siglo XIX porque en esta tierra nuestra tenemos vías de tren que aún conservan los travesaños y clavos que se pusieron en 1890.
¡Bien! ¡Un pacto! Ya podemos respirar tranquilos... Claro que esta es una canción demasiado trillada. Cada legislatura, al menos desde los años ochenta en tiempos del Ibarrato, se anuncia con gran pomposidad el pacto del tren. Un relato conocido cuyo final también es presumible: dentro de tres años se volverá a convocar a los mismos agentes sociales y políticos para que depositen su firma en el trozo de papel correspondiente.
Según la hemeroteca desde el año 2010 ya tenemos AVE, pero lo cierto es que el tren de alta velocidad nunca llegó... ni el corredor atlántico, ni el tren rápido, ni la doble vía por citar cuatro promesas estrellas de los gobiernos de Zapatero y Rajoy. “Parole, Parole, Parole” que entonaban Mina Mazzini y Alberto Lupo.
La única revolución vivida ha sido el cambio de trenes regionales de los años ochenta (no de todos, claro) por otros más modernos de finales de los 90. Algún arreglo en la vía Mérida-Badajoz y poco más. Claro que en su momento desaparecieron todos los talgos y la conexión con Portugal.
He sido y soy usuario habitual del ferrocarril. Incluso prefiero esas cafeteras masturbantes en las que me monto a veces al coche, privado o público. Es una aventura: puede que incluso se desprenda el motor del tren (ha sucedido) o que una vaca atreviese la vía y provoque un retraso de horas (cosa que también ha sucedido). Viajar sin calefacción, con los baños estropeados o en asientos del año de la polca es peccata minuta.
Eso sí: queda el paisaje. Prueben ustedes a realizar el desplazamiento de una hora – como poco – entre Cáceres y Plasencia y disfrutarán de las mejores vistas al valle del Tajo, a sus montes, a sus riachuelos, a sus árboles y a sus casas antiguas diseminadas y abandonadas en el paraje. O el de Cáceres-Mérida donde destacarán la ruta de las cigüeñas o la zona del río Guadiana. El tren, pese a todo, tiene un encanto irresistible, al menos para los que queremos desplazarnos gozando de nuestros ojos, sin prisas, sin angustias.
Pero nuestro ferrocarril del siglo XX, con una sola vía – y tramos del XIX – y ni un solo kilómetro electrificado es incompatible con el mundo moderno, que pide espacios inmunes a la estética y donde la prisa sea su único motor. Ir más rápido, más rápido, más rápido... ¿Para? Ah, eso es lo de menos. Basta con ir rápido.
Por eso, supongo, que vuelva a fracasar el enésimo pacto del tren me preocupa poco. Es lo que nos pasa a los románticos, que siempre vamos a contracorriente.