El 17 de mayo de 1990 la Organización Mundial de la Salud aprobó eliminar la homosexualidad de su catálogo de enfermedades mentales. A lo largo de los siglos los gais, lesbianas y transexuales hemos sido degenerados, pecadores, criminales, malditos, enemigos de la sociedad (de la buena sociedad blanca, heterosexual y masculinizada, se entiende) y enfermos. Desde 1990 – la menos en el ámbito del consenso médico – empezábamos a ser simplemente seres humanos. Ni delincuentes ni enfermos.
Con tal motivo y desde el año 2005, todo 17 de mayo se celebra el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia. Es una fecha importante pues, aunque se han conseguido logros históricos desde que los primeros movimientos de activistas LGBT toman cuerpo a mediados del siglo XIX, las relaciones sexuales entre hombres o entre mujeres aún está condenada penalmente en 70 países, y en varios de ellos con la pena de muerte (como en Mauritania, Irán, Sudán, Arabia Saudí, Yemen o zonas de Nigeria y Somalia). En otros, como en Rusia o Polonia, la homofobia tiene cobertura institucional y se persigue toda manifestación pública en defensa de las libertades sexuales y afectivas.
En Europa hubo legislación “contra maricones” hasta 1979 y el franquismo, ese régimen genocida, nos encarcelaba merced a sus leyes “contra vagos y maleantes” o “peligrosos sociales”. En Extremadura, donde se vivió un exilio de los afectos, con miles de extremeños huyendo a ciudades más abiertas o tolerantes, se construyó el penal de Badajoz con sección específica para sodomitas... Sodomitas. Es el término predilecto empleado por los inquisidores de toda ralea.
La homosexualidad fue legal en nuestro país en 1979; desde 1967 – y con restricciones eliminadas hace poco – en el Reino Unido; en Portugal hay que esperar a 1983 o en Irlanda del Norte a 1982... Que hoy el matrimonio igualitario esté extendido en prácticamente todos los países europeos da prueba de los enormes avances logrados, impensables sin el activismo político, cultural y social de miles de hombres y mujeres y asociaciones. Nuestros derechos han sido arrancados, al precio de muchas muertes, dolor, cárcel e incomprensión, y por ello la visibilidad, la calle y la concienciación son herramientas a las que no podemos renunciar.
En Extremadura incluso hemos logrado que por unanimidad se aprobase hace un año una de las legislaciones más avanzadas en materia de derechos LGBTI que se ha constituido en referencia para otras comunidades y en punta de lanza para reclamar una norma estatal.
Hemos recorrido un largo trecho pero aún no hemos llegado a la meta. Probablemente nunca lleguemos porque el camino hacia los derechos humanos es infinito mientras existan hombres y mujeres que se organicen políticamente: siempre hay nuevas conquistas. Hemos caminado mucho, decía, pero la homofobia, la lesbofobia, la transfobia o la bifobia sigue latiendo, minoritaria sin duda, en algunos espacios de nuestra sociedad.
Particularmente debemos hacer frente al llamado bulling escolar que sufren – que hemos sufrido, vamos a decirlo – en centros educativos. Hace falta protocolos de intervención y un currículo escolar donde se normalicen las distintas expresiones de la afectividad. Necesitamos que nuestros policías actúen con rapidez ante las agresiones homófobas que se producen cada día, precisamente por nuestra mayor visibilidad (y volver al armario está completamente descartado porque los únicos enfermos son los homófobos, enfermos de odio y prejuicio) y necesitamos que las instituciones, los medios de comunicación y la sociedad nos acompañen en el reto de construir una sociedad más justa.
No es poca cosa. Por lo pronto durante estos días conmemoramos la despenalización médica de la homosexualidad y lanzamos nuestro grito contra toda forma de discriminación por género o por orientación sexual.